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Desde que tuve uso, de razón, recuerdo que para viajar a la costa a finales de los años cincuenta, era una aventura que se preparaba con anticipación emotiva de adrenalina y riesgosos viajes. Se tenía que cabalgar a lomo de bestia desde Corongo, pasando por la Culebrilla, por los baños termales de Pacatqui y llegar por un estrecho camino de herradura a La Pampa.
Allí en la zona de clima templado, donde se ubica el pueblo, se podía encontrar con facilidad algún vehículo automotor de pasajeros estacionado a un lado de la carretera o algún vehículo más pequeño de transportes como las camionetas de la JOP (Junta de Obras Publicas) ente estatal que era la encargada construir la carretera hacia Corongo en aquellos tiempos.
Al estar ahí, en La Pampa, uno miraba la carretera que salía de la ciudad con dirección hacia Tres Cruces y de allí a Yungaypampa, para imaginar recorrerla previamente, en nuestras internas emociones porque esta primigenia y antigua ruta construida sobre la difícil falla geológica que en esos lugares se encuentra, subiendo la peligrosa montaña en los zigzag afirmados para el trepado en un difícil recorrido terrenal, porque esta vieja vía siempre sufría de resquebrajaciones y hundimientos por los movimientos del subsuelo que alli se presentaban diariamente, desnivelando de esta manera su trazado a cada momento.
Recuerdo que llegábamos a La Pampa al borde del atardecer a pernoctar, para que al día siguiente podamos abordar el carro muy temprano que nos traslade hacia la estación del tren en Yungaypampa.
La Distrito de la Pampa en esas épocas para mí era como llegar a una ciudad costera, hallando en sus gentes con vestimentas mucho más ligeras que las nuestras, con algún vehículo automotor transitando por sus polvorientas calles, como lo era Chimbote por ejemplo en aquellos años.
Y dentro de esas no comunes sociabilidades nuevas, también en algún momento nos cruzábamos con gentes de ascendencia asiática que nos llamaba la atención y curiosidad y seguramente a ellos, por nosotros quizás por nuestras quemadas pieles de la cara por el frio de las alturas de nuestro origen de partida.
Creo que por curiosidad nos miraban cuando ingresabamos a su ciudad, llegando en cansadas acémilas, sin saber ellos quizás, que nosotros también los mirábamos con cierta intriga; porque a los chinos solo lo encontrábamos transitando con normalidad en alguna ciudad de la costa o en el mismo Chimbote.
Yo, en aquellos años pensaba que ellos, los Chia, siempre estuvieron ahí en La Pampa y que eran originarios de ahi, de su cultura, de su historia, de sus quehaceres. Posteriormente cuando uno va creciendo y de acuerdo a las adquisiciones de conocimientos educativos, nos vamos enterando, que no fue así. Que llegaron allí desde algún lugar cercano a la costa.
Puedo deducir que posiblemente una de las causas de sus llegadas a La Pampa, pudo haber sido debido a la construcción de la vía del ferrocarril del rio Santa, en las primeras décadas de los años, del siglo pasado. Pues se sabe y esta en la historia ancashina es la construcción de la vía férrea fue hecha por muchos braseros de origen asiático, según los documentos de dicha época. Lo cierto es que los primeros "Chia" seguramente dejaron los lugares del rio Santa y se afincaron en La Pampa iniciando allí una nueva vida y por lo que me comentan se dedicaron al comercio y la agricultura, para afincarse y mantener a sus familias.
Tambien algunos de ellos, de otros apellidos se fueron a radicar a Yanac, según me cuenta mi amigo y compañero de estudios secundarios en Corongo Lido Vidal, testigo de estos recuerdos, que algunos de ellos hicieron fortuna con la ganadería y el negocio comercial, que establecieron ahi; pues recuérdese que Yanac en un momento de la historia de la construcción de las vías hacia Sihuas, Pomabamba y la mina de Pasacancha, fue una ciudad de paso obligado y de sustento logístico de esas obras.
Recuerda Lido Vidal un caso muy especial de los sucesos de esos tiempos, protagonizado por un comerciante chino, en crecimiento mercantil, vivido allí y que narra con nitidez lo sucedido en el tiempo pasado.
Me recuerda que a Corongo en los inicios de la inaugurada carretera, a mediados de los sesentas, llegaba una góndola de pasajeros de color verde, que en su logo decía “Transportes Juvenal”.
El chofer se llamaba Juvenal y de allí seguramente lo impreso en su vehículo. Cuenta Lido, que este hombre de unos 30 o 40 años en aquella época, había sido ayudante de un chino radicado en Yanac, junto a su esposa del mismo origen y que ellos se habían afincado bien allí, era un matrimonio que tenían hijos y un buen negocio familiar de comercio y ganadería, que interactuaba con la hacienda de Urcon y para facilitar sus negocios con ellos, se compraron un camión.
Resulta que el chofer del camión del negocio familiar chino, era el tal Juvenal. Este chofer vivaracho, viendo los buenos negocios que habían logrado los asiáticos, enamoro a la mujer del chino yanaquino y ella correspondió la vedada aventura con el seguramente mozo ayudante en el bien diseñado juego de traiciones.
Al descubrir la infidelidad de su mujer, este hijo del oriente, en gesto de digno de su tradición asiática seguramente y al haber sido mellado en su honor, una buena mañana partió de Yanac, tan solo con un costalillo al hombro como equipaje, desapareciendo para siempre de allí, dejándole todos los negocios y el camión a su mujer y al nuevo compromiso marital. Así, que esa: “Empresa de transportes Juvenal” que llegaba a la ciudad de Corongo, tuvo ese origen.
A lo que íbamos en el inicio de esta narración era para recordar tambien que ya nosotros adolecentes, cada vez que pasábamos por La Pampa con el “Heraldo de los Andes”, recuerdo haber visto a alguno de los "Chias" jóvenes de aquellas épocas, manejando modernas motos y alguna de las jovencitas de la misma familia, en la plenitud del desarrollo de la vida, mostrándose muy simpáticas y en ropas ligeras para la siempre calurosa ciudad pampina.
Eso fue en los años 65 del siglo pasado más o menos. Hoy, casi sesenta años después hace poco, asistí a la reunión patronal pampina acá en Lima que en honor al patrón San Francisco, los hijos de esas tierras, celebran en su local del Jr. Madera, en el Rimac. Me quedé gratamente impresionado al ver a las nuevas generaciones de los descendientes de los "Chias", pampinos, bailando alegremente entusiasmados por los huaynos del terruño, con el corte y el ritmo de los pasos coronguinos, contemplando con mayor detalle a una pareja muy bailarines ellos de mayor edad que pueblan canas rodeado de las nuevas generaciones de la familia seguramente que tambien disfrutan tan igual que ellos, de nuestro folclore.
Me puse a pensar mientras los observaba disfrutar de la fiesta y me trasladé a buscar en mis recuerdos de mis años mozos, al querer relacionarlos con aquellos años vividos en nuestro tránsito por La Pampa cuando los hallábamos en juventud cuando pensaba que por sus orígenes asiáticos seguramente esas generaciones de los Chias, partirían de La Pampa y nunca más los vería en la vida.
No me imagine que ellos estaban más unidos a las raíces serranas coronguinas, que muchos de los de los nativos, de allí.
Fue un grato recuerdo para mi verlos nuevamente después de un montón de años pasados en nuestras vidas.
En la tradición oral coronguina hay un relato que he oído
muchas veces en algunas charlas de ocurrencias y anécdotas sucedidas, vividas y
perdidas en el tiempo.
Cuentan, por ejemplo, lo que le ocurrió a un personaje varón
sampedrano, cuando en alguna ocasión, vivió en carne propia las experiencias
paranormales sucedidas en los baños termales de Aticara.
Dicen que la ocurrencia fue registrada por haberse ido a
bañar solo, sin compañía, una buena tarde al promediar las cinco, seguramente
después de un duro día de trabajo agrícola cercano, cuando se le ocurrió la
idea de ir a los baños termales para darse un merecido y reconfortante relax
corporal en las cálidas aguas de Los Baños de Aticara.
Ocurrencia que disfrutaba totalmente desnudo y sumergido al
pie del chorro principal del agua, cayéndole en la cabeza, hombros y espalda,
mirando a ratos desde su posición las profundidades de la quebrada donde se
hallaba; pensando seguramente en la dura subida por los caminos agrestes de
regreso a Corongo, ascenso que se inicia desde la orilla del rio donde se
ubican las aguas calientes del balneario termal coronguino.
Cuentan, que cuando la tarde avanzaba y a a esa hora los
vientos fríos de la zona acrecientan la presencia de bajas temperaturas y el
bañista después de un tiempo prudencial de estar metido en las aguas termales,
se le hace difícil dejar la calidez de esta, piensa y repiensa en salir de
allí.
Esto mismo sucedió con nuestro solitario bañista que no se decidió
a enfrentar el violento choque corporal del frio que se siente en ese instante,
en las diferencias de temperaturas en que se halla para abandonar los abrigos
del agua caliente, en su cuerpo caliente, y el frio que a esa hora recorre el
callejón de la quebrada.
En silencio iba esperando el momento propicio para salir del
agua.
Nunca imagino ver abrirse ante sus ojos la dura roca sin
ruido alguno y…
- ¡Oh
sorpresa!
- ¡También
ve aparecer de allí a una joven mujer!
Vestida ella con una túnica multicolor cubriendo su cuerpo, muy
agraciada y bella rubia; también observa que llevaba una corona de flores
silvestres en la cabeza, nota que rápidamente le dirige su mirada, la observa e
incluso le sonríe murmurando algo ininteligible para él, viendo que avanzaba
lentamente ahora hacia él, como si hubiese sido llamado por él, llevando además
en la mano una canasta tejida de carrizos llena de vistosas y apetitosas frutas
que desde una cercana ubicación ya casi junto a él le muestra estas, haciéndole
gestos para que tome una y que la coma.
Él observa que las frutas mostradas eran sumamente
apetitosas y que tenían un aroma muy agradable que escapaba de la canasta,
provocando y haciéndose irresistible a no cogerlas.
Pero dudó y entró en temores pues pensó que era imposible
que las rocas circundantes a la poza se puedan abrir de la nada y que emergiera
una bella mujer de cabellos rubios ofreciéndole deliciosas frutas.
Si en esos momentos previos a este suceso tenía temores en
salir del agua a vestirse por el intenso frio que arreciaba el lugar, ahora los
temores se convirtieron en terror y no había más tiempo que perder y salió
corriendo a coger su ropa y huir de allí a toda prisa hasta encontrar un lugar
aparente para poder vestirse y repensar la situación presentada.
Ya alejado de la poza y subiendo a grandes trancos primero
por el corto camino que va junto al rio, continuó la violenta huida para
alejarse lo más rápido posible hasta llegar a una considerable altura del
camino afirmado desde donde pudo echar un vistazo por última vez a los baños termales
que quedo abajo, en los solitarios silencios de la quebrada y el fluir de las
aguas frías del rio.
Perdió de vista a la quebrada del río, luego prosiguió su
marcha por el camino, pensando algo asustado todavía por lo sucedido, cuando de
un momento a otro se percata que tras de él lo seguía un pequeño perrito, algo
agitado y con la lengua afuera que le llamó la atención.
- ¿Qué
raro? Pensó. No lo había visto antes ni merodeando la
piscina, ni caminando junto al rio o por las cercanías de su caminata. Quizás salió de una cerca de las chacras por
donde había pasado hacia poco, se preguntó. No dándole importancia alguna y siguió
avanzando mirando el horizonte de la ruta que tomó, algo más tranquilo.
El perro también continuaba tras él, pero cada vez más
cerca, se notaba algo presuroso en posesionarse a su lado en la solitaria y
silenciosa zona donde se encontraba, cuando de un momento a otro escuchó un
¡Arre burros! Asomando por ahí un tropel de burros, que bajaban a paso acelerado
arreados por un hombre y al ponerse a un lado de la carretera para facilitar su
desplazamiento en la dirección que iban, observa, que misteriosamente desaparece
el pequeño perro que lo acompañaba.
Dicen, que nunca supo él que el tropel de burros y el hombre
que los arreaba, le salvaron la vida en ese instante. Pues "La Gringa" no se había dado
por vencida e iba tras él por su venganza al desprecio que sufrió y ahora se
había transformado en un pequeño e inofensivo perro, buscando la oportunidad de
ataparlo y llevárselo con ella.
Muchos comentan también que la presencia de esta bella joven
vistiendo su túnica multicolor es el demonio que habita en las cálidas
profundidades de la peña termal y que sale de vez en cuando en algún atardecer
en busca de las almas para esclavizarlos y que le aticen los fuegos de su
morada que justamente se encuentra en la profundidad de las rocas desde donde
brotan las aguas calientes de los baños de Aticara.
El infernal demonio se muestra como una bella mujer, con una
atractiva vestimenta, ofreciendo siempre sus apetitosas frutas a los que
lleguen a bañarse solitarios entre las cinco y seis de la tarde.
Don Saro, como se llamaba el ocurrente bañista de esta
narración, se salvó de no ser llevado al infierno cuando salió corriendo de la
piscina sin caer en la tentación de coger una fruta y también se salvó en una
segunda oportunidad, cuando aparecieron los burros bajando por la carretera;
pues el demonio que lo fue siguiendo, ahora convertido en un pequeño perro y
que se vio obligado a desaparecer por la presencia de aquel anónimo hombre que
iba arreando sus burros cuesta abajo.
Agregan los que conocieron a Don Saro, que dicho sea de paso
fue un hombre soltero; que nunca más quedó humanamente conforme como cuando
llego a los Baños de Aticara aquella tarde.
Al pasar de los días, él perdió su miembro viril para
siempre de su cuerpo.
Solo quedo de su miembro un botón carnoso en sus partes
íntimas como muestra de lo que allí tubo antes.
La Gringa se vengó así de él, por no haberle hecho caso en
cogerle una de sus frutas para arrebatarle a su alma.
Advertencia:
Nunca vayas solo a Aticara a bañarte después de la cinco de
la tarde, puede que te toque a ti ser el próximo Don Saro.
Nota: Esta narración es una recopilación de los recuerdos
narrados por don Mario Román Mendoza y hecha llegar por su hija Dony Román
Espinoza a este humilde servidor.
Las
principales vías de conexión de los pueblos y lugares de integración antigua,
siempre fueron, los caminos de herradura, quizás muchas de estas construidas en
tiempos pasados como parte del gran Qhapaq ñan del imperio incaico.
Corongo
hasta mediados del siglo pasado para acceder a sus centros poblados agrícolas
que le rodeaban o para salir de la provincia, tenía muchos caminos trazados
entre las montañas y quebradas en que se halla rodeada.
Una de
ellas era el camino de la Culebrilla. Este accidentado camino fue de vital
importancia estratégica para poder ir de Corongo a la costa, por este camino se
recorría en aquellos tiempos, desde nuestra querida ciudad. En unos
inolvidables viajes salidos a veces a media noche o de madrugada, en un tropel
familiar a caballo, rumbo a Pacatqui o la Pampa, hasta donde la carretera que
se construía, llegaba y desde allí se podía abordar una góndola de pasajeros y
carga rumbo a la estación del tren en Yungaypampa o tambien el viaje era de viceversa
cuando en esos lugares, se esperaban las cabalgaduras para recoger a los que
retornaban a Corongo a donde se llegaba muchas veces después de haber trepado
la peligrosa caída rocosa y vertical de la Culebrilla con lluvia y todo.
¿Y por qué?
Se le denominaba a este trecho vertical con caída rocosa libre de unos mil
metros más o menos que termina en el lecho del rio Rupaj, ¿La Culebrilla? Según
recuerdo una vez llegados hasta esas petras estructuras en un constante andar
desde Corongo, el camino de bajada trazada desde el Mirador no es de tan
vertical caída su recorrido por Winchus ni está rodeado de peligrosas caídas
geográficas hasta llegar a una última loma donde se encuentra la piedra
denominada Tijera Rumi que servía de hito en la zona de la Estrella para saber
que se había entrado a la peligrosa pared rocosa vertical del camino de la
Culebrilla y desde lo alto del inicio del más peligrosos camino a recorrer se
apreciaba desde allí el torrente ruidoso del rio Rupaj, tronado a ratos cuando
las corrientes de aire nos hacían llegar hasta nuestros oídos los estruendos de
sus choques violentos de sus aguas contra las inmensas piedras de su lecho
cayendo con furia hacia las partes más bajas de la geografía coronguina.
El camino
trazado en medio de este vertical tramo rocoso por anónimos constructores
viales antiguos, de los que no se tiene referencias, para poder superar la
gigantesca caída, lo tuvieron que hacer en cortos trechos de camino
zigzagueante con gradas a veces, hasta ser superado su verticalidad, en una
explanada algo más llana ya cerca al rio, para luego de avanzar por ese trecho
se cruzaba un estrecho puente colgante en cuerdas de acero y con tablones de
madera crujientes atravesados y tendidos allí, para superar el caudaloso
obstáculo hídrico.
En los
andes peruanos cuando se recorrían sus caminos de herradura en una forma de
agradecer a la pacha mama por permitir andarlos en bienestar en sus trazos
siempre el hombre andino los hacía construyendo en sitios estratégicos algún
pequeño santuario, con alguna improvisada cruz de madera, a cuyo pie los
viajeros les ubicaban ramilletes de flores silvestres, cigarrillos, monedas o dinero,
si los que pasaban por allí, como los venidos de la costa, hacían gala de un
bienestar económico bien ganados seguramente en sus lugares de sus residencias
habituales.
El camino
de la Culebrilla no era una excepción de esa rendida fe religiosa, de los que
la subían en sus acémilas desde la última parada de la góndola de pasajeros que
los traslado desde la costa, había en varios tramos del camino, algunos
rústicos santuarios y en muchas veces, de acuerdo al tránsito de los viajeros,
estas estaban contenidas con monedas o algún billete suelto o doblado como para
que el viento no se los lleve.
Los baños
termales de Pacatqui era la residencia habitual de don Ramón Olivera. Allí tenía
asentada él su labor agrícola y de ganadería; su casa familiar estaba fijada en
Corongo, donde residía su esposa Anita junto a sus hijos. Rudy, su hijo en edad
escolar en aquel entonces, siempre bajaba a pie a Pacatqui cada fin de semana
en compañía de su amigo y vecino el “Pato” Campomanes a quien convencía para
bajar hacia la parte templada de Corongo con la promesa de volver cargado de
limas y pacayes en las alforjas, para ser degustadas durante la semana.
Aparte del
buen chapuzón que se darían en las aguas termales de Pacatqui, el buen Pato casi
nunca se negaba a ir con él al fundo de don Ramón, pese a que hacía poco le
dijo que no lo volvería a acompañar más por las travesuras que cometía Rudy en
el camino. El Pato Campomanes que a veces oficiaba de monaguillo en la iglesia
de Corongo, cuando el cura lo requería, el cruzarse, con una cruz o una urna en
el camino, siempre le era de un santo respeto y una rápida persignación de su
cristiandad. Rudy, era la otra cara de la moneda, no les guardaba ningún
respeto a aquellas muestras materiales, de fe, de los viajeros.
Para él, el
hallarlos instalados en los solitarios caminos le servían de fuente de la buena
suerte en recursos de monetarios y a veces de algunos billetes tambien
dobladitos estos, esperando ser recogidos por él, para ser gastados en las
deliciosas golosinas que se compraba temprano todos los lunes antes de llegar a
la escuela en la tienda de don Manuel Armijo, no le importaban las suplicas de
Pato para que no los tome, ni sus arrodilladas en el medio del camino pidiendo
perdón al cielo, por el sacrilegio que cometía Rudy, ni las amenazas que le
hacía de que nunca más lo acompañaría a bajar a Pactaqui, otra vez junto a él.
Lo volvió a hacer otra vez y el día lunes Rudy disfruto de sus bienes habidos
convertidos en golosinas en la escuela, una vez más.
El Pato se
metía a la iglesia en busca de pedir perdón al divino de rodillas, por haber sido
testigo de los sacrilegios cometidos por su amigo Rudy, en el camino de la
Culebrilla hacia Pacatqui.
Atreverse a trepar los Andes peruanos en una aventura de turismo, desde algun lugar en sus altas faldas de su cadena montañosa despues de haber dejado la comodidad de un vehiculo motor nos subio hasta el ultimo trecho carrosable, es, de desididos aventureros y creo de valientes seres que despertaron en adrelinicas voluntades de correrse esa aventura.
El Cuzco es una región turística mundial con privilegiados accidentes geográficos y legado histórico buscados; por, gentes, de todos las razas, idiomas y también edades llegados de todos los rincones del mundo.
Ayer, que me toco, a mí también hacerlo, me encontré de pronto con muchos de los que como, yo, también fueron organizados en un grupo a cargo de jóvenes guías de montaña bilingües y también de algún políglota muchacho, para hacer las recomendaciones a su clientela nacional e internacional, un, gratificante logro educacional de superior nivel turístico de las agencias y empresas que se dedican a ese rubro económico peruano cuzqueño que se valoriza cómo país.
Juntados ya, todos los llegados al terminal vehicular de inicio de la caminata, de pronto uno se encuentra con gentes de toda edad también, desde niños de 10 años más o menos y hasta algún adulto mayor, como en el día de ayer observé a un señor de origen chino, subir lentamente por el camino de herradura, trazada esta, en medio de rocas y de la nada, con filos cortantes y amenazante, esperando al que tropiece en dañarle quizás lo que le llegue en esas rocas desperdigadas cómo un colchón pedrizo de trozos que suben y suben por los caminos sin misericordia alguna para el que se atrevió, a, treparlos.
El que, por voluntad propia, llego hasta allí se encontrará prontamente en un tortuoso problema físico corporal de duro desafío, si no se está, acostumbrado a hacerlo.
Más aún con una agravante agregada como, él, mío, de ser un adulto mayor, como se dice ahora para evitar ofendernos como viejos que somos, algo compasivos con los que llegamos a esta edad. En los inhóspitos espacios geográficos de los Andes peruanos, allí por, encima de los 3,000 metros de altura, los que se aventuran a llegarlos para iniciar una caminata a una altura superior a ella -como la que emprendimos ayer- que, estaba programada y advertida sería, esta, desde el punto terminal de los buses turísticos que nos trasladaron hasta ahí, desde donde se comenzarán a caminar todos, lentos algunos y otros con mayor prisa o fortaleza física y juventud, que los anteriores, pero, juntos en los entusiasmos iniciales que se prodigan todos de la nueva mañana llegada, un poco soleada y fría hoy, como seguramente lo fue ayer; del, último verano andino que ya va llegando casi su fin.
Los guías de montaña que conducen al grupo, nos van recalcando que tendremos que ascender hasta más de los 4,500 metros de altura, para, llegar así, hasta dónde se encuentran las Siete Lagunas del recorrido turístico programado hoy, donde, se encuentran ellas, al pie del nevado del Auzangate de 6,285 metros de altitud, que seguramente también hoy desde el cielo azulino, nos contempla con piadosa compasión, el atrevimiento nuestro.
El respetado e imponente apu Auzangate, talvez no sepa, que los orígenes nuestros están muy cerca al Apu mayor peruano del Huascaran y que nosotros venimos de sus faldas hoy y como sus ancashinos que en alguna vez estuvimos también acostumbrados a los andares andinos bajos y altos de la geografía coronguina. Con ese entusiasmo inicial mío, hice las recomendaciones necesarias de mis experiencias pasadas en mi adolescencia, en el andar por las punas del Tuctubamba coronguino, a los míos, sin saber yo, que al poco tiempo de iniciada la caminata comenzaría, a recibir consejos de alguno de ellos, para calmar el sufrir los primeros estragos en mi organismo que ya mostraba agitadas respiraciones y pesadeces en mis piernas que inesperadamente presintieron qué serían sometidos en adelante durante cinco horas seguidas una sobre humano esfuerzo si quería cumplir el recorrido.
Mis últimos cincuenta años vividos en la capital, casi a nivel del mar, sin más andares de los que hago de vez en cuando salgo a un lugar céntrico de la capital, no sirven de nada, a los que ayer sometí a mis extremidades inferiores. Hoy, con mi exagerado sobrepeso de noventa kilos corporales echados a cuestas sobre mi estructura ósea, creo que presidente a la que serán sometidas y en los primeros cien metros, estás, entran en pánico y se resisten a moverse; me dicen, no sigas más.
Cien metros iniciales de doce kilómetros, me inducen también a decirles, sí, creo que tienen razón. Desistiré de esta caminata, hoy. Por otro lado, mi cerebro y mis recuerdos guardados de que, en alguna vez, caminaba por esos lugares con entusiasmo y libertad en cada vez que podía hacerlo, me decía:
¡No te vas a quedar atrás hoy! Que quieres reverdecer tus entusiasmos de vivirlos nuevamente y mostrarlos a los tuyos, cuando los recuerdas, fueron realidades. Claro que sí, le respondí, y me dije también, yo, hoy tengo que a avanzar hasta aquella loma que se ve, al menos allí arriba, cómo una meta personal al que me sometería y si sigue, dura, la subida y si no doy más me regreso.
Ya, buscaré algún pretexto a los míos y al guía también, para que no me cuestionen ni digan que me corrí.
Y proseguí.
-Ya estamos avanzando chicos -me incluía a mí también en juventud- y señalaba con su dedo el camino a seguir, el joven guía.
Y exclamaba:
-¡Sigamos!
Otro tramo más y por mi voluntad de estar allí, comencé a exigirme, ayudado por mis recuerdos y fortaleza mental, a resistir si quiero lograr, hoy, lo que me propuse.
Pero hoy también en mí, realidad actual de un desorden físico no podía ya más y en una resuelta franqueza de que me decidiría a abandonar, me acerco a un familiar que, también caminaba algo cansada y agitada, pero seguía subiendo lentamente la cuesta, me dice:
- Toma un poco de coca y máscalo
Y me saca una bolsa con la seca hoja verde.
Yo, que siempre le tuve un poco de recelo o talvez asco, a la gente que en Corongo, principalmente, los peones, la chachaba le conteste:
- No lo voy a hacer, le dije.
Y ella, una señora de mi edad y de buen hogar, cuyo esposo hoy jubilado del BCP, me dijo:
- Has la prueba...
Comienzo, yo, a pensar sobre la proposición hecha y me dije:
-Ahora que recuerdo, aquí, en estas alturas, todos los que suben lo hacen chacchando coca, tan así como el joven guía que nos lleva hasta los mismos gringos que allí van, algo más holgados en sus caminares en la delantera, y yo, un cholo de estos andes ¿Me resisto en hacerlo?
Voy a probarlo, me dije.
Recordé que en alguna vez en juventud en la ciudad de Huanuco, en una reunión nocturna de tragos de caña, unos amigos de allí, me hicieron probar las hojas de coca y yo al masticarlo, sentí su amargura, que sentí no seria de mi agrado, no me gustó, y me dije allí mismo que nunca más lo haría.
Pero hoy, que comienzan a dejarme atrás, incluso los del tropel de los míos, me decido a hacerlo para no quedar en vergüenza, allí donde yo alguna en vez les comente que era mi habitad natural de crianza, y me puse en la boca, una porción de las hojas de coca que gustosamente me brindaron.
Veremos qué pasa, me dije.
Después de un corto descanso y de exprimir los alcaloides con mis fluidos bucales de la sagrada hoja de los incas y tragármelas como me habían recomendado, proseguí el ascenso.
Lo que, desde allí, experimente en mi organismo, fue para no creerlo.
Aligere mis pasos, reduje mis aspiraciones de oxígeno y también renové mi alicaído entusiasmo.
Al cabo de una distancia, más de la dura subida, nuevamente sentí perder las fuerzas en mis extremidades, nuevamente sentí cansancio en el cuerpo. Me acerqué a mí, familiar, y le pedí una nueva porción de hojas de coca y ahí mismo, mientras descansaba, un momento, las masque con entusiasmo, ya, para devolverme las energías que así también ya me las había demostrado inyectarme, en unos cientos de metros mas abajo.
Reinicie la subida y una sobrina mía dice voz en cuello:
- ¡Mírenlo al Samuel, ahora tiene turbo!
Me reí de su ocurrencia, y me dije, tienes que comprarte tu propia bolsa de coca.
¿Pero dónde? Si por aquí no hay nadie que lo venda.
Las hojas de coca, para mí ahora; se habían vuelto, un producto de primera necesidad, allí, en los 4,000 metros de altura; Al pie del Auzangate.
Por estos inhóspitos lugares, cada cierto trecho hay mujeres nativas que venden sus artesanías junto a bebidas y aguas gaseosas que ofrecen a los caminantes.
Al cabo de un trecho encontré a una primera pareja de mujeres y les pregunté si también vendían coca.
Me dijeron que no.
Creo que sentí una leve decepción el no poder adquirirla.
Pues yo, no, quería seguir pidiéndole a mi familiar más, porque talvez ella ya no querría invitarme más lo que ella adquirió para la subida, y también quisas me miraría cómo a un inicial drogadicto en una búsqueda desesperada de más alucinógeno.
Ascendiendo un poco mas encontré un nuevo puesto de ventas de artesanía en unos metros más arriba y pregunté:
- ¿Tiene coca casera?
- Si casero...
- Dame entonces dos soles le dije entusiasmado...
Y ella me lleno una bolsa del producto y me lo dio.
Una vez recibido y en mis manos, ya mi nuevo producto de consumo, urgentemente me puse en la boca una nueva porción de las hojas de coca. Para que les cuento cómo lo diría el cantante y compositor Ricardo Arjona en una hermosa canción que tiene y dice en una parte de ella cuando cuenta, que una hermosa mujer desepcionada subió a su taxi en un viejo Volkswagen:
" ...para que les cuento lo que pasó en esa noche, si le bese, hasta su sombra..."
Yo ayer no bese ni me encontré con niguna hermosa mujer en estas alturas del Auzangate, pero si encontré al que me ayudó a superar mis cansancios y mis pesares corporales y cumplir con la meta propuesta ante la admiración de muchos de los que estuvieron allí también, en las mismas condiciones físicas, que yo.
¡Perdóname hoja sagrada de los Incas! Por mis desprecios hechos en alguna vez.

Partir de Lima para dirigirse a Corongo hoy, en que los
tiempos de viaje hacia allá han cambiado en duración, transportes y rutas.
Hoy se puede partir inclusive en
avión hacia Chimbote en una hora de viaje o en bus-cama, en cinco horas también, y
de allí, hacia Corongo en cuatro horas u otra de Lima a Huaraz y de ahí en igual tiempo de viaje al destino.
Todos estos viajes de la capital
hacia el final del primer tramo, es ideal hacerlo, preferiblemente, en horas de
la noche, para amanecer en Chimbote o Huaraz, cómodamente en la mañana y partir de
ambas ciudades en las horas de la tarde partir hacia Corongo, en la tranquilidad de un
viaje algo más corto de duración y monotonía, contando para el segundo tramo con el servicio
final con los minibuses de la empresa de transportes “El Cerreñito”, que
estarán llegando en las primeras horas de la noche, al destino.
Es sabido que la ruta a trepar en
las alturas desde el rio Santa en él desvió sobre el puente Huarochiri, es
el inicio de la carretera que recorre la ruta hacia Corongo y Sihuas además de
la prolongación a las partes Nor-oriental del departamento de Ancash, esta, está, totalmente abandonado por las autoridades respectivas al no haber proveído de
la infraestructura necsesaria de conservación y mantenimiento para soportar el alto tráfico
de vehículos pesados que hoy esta sometido con profundos huecos en ella y grandes tramos sin
capa asfáltica que la cubra, aparte de los derrumbes de rocas y pierdas por
allí.
Urge llamar la atención de las
autoridades respectivas para su recuperación y transitabilidad factible y
acorde al reconocimiento de las trascendencias de las provincias que unen esta
ruta.
Hoy, también es una ruta minera de
alto tráfico de vehículos pesados y por lo tanto, debe ser reconocida como tal, por las empresas de ese sector productivo, que la usan para sacar sus minerales
y están en la obligación también ser parte de la solución de sus problemas por el deterioro de ella, por el uso y usufructo que hacen a diario de esta vía.
Volvamos a lo nuestro…
Llegamos a Corongo el 25 de junio
a eso de las ocho de la noche y ni bien bajados a del bus, nos dimos con la
sorpresa de que, esta, estaba, soportando unos fuertes vientos huracanados y que
al pasar estos violentos aires por entre los árboles de los eucaliptos que pueblan el Llacllacan y los
cerros colindantes, el viento ocasionaba un fuerte ruido de ramas algo
atemorizante, que inclusive en la ciudad durante nuestra primera noche se sentía a ratos el crujir de algunos techos
algo “descuidados” en su protección a las viviendas, pero sin mayores daños que
lamentar para la tranquilidad nerviosa de los preocupados por esta ocurrencia climática serrana.
El clima de Corongo y por lo
general en las alturas, se sabe, que al atardecer e inicio de las noches a los recién
“subidos” los fríos helados que se sienten se hacen insoportables, hasta ir acostumbrándose
poco a poco, a ellas.
El domingo 26 de junio estaba
programada el Festival Ecoturístico a las Lagunas de Pojoj 2022, nosotros que queríamos
participar en ella con la debida anticipación buscamos pasajes, como estamos
acostumbrados a hacer nuestras cosas, es decir, los buscamos desde Lima con los
contactos en los transportes que tenemos y no logramos concretizarlo porque nos
dijeron que no harían ese servicio, entonces proveímos que llegados a Corongo
lo haríamos realidad y en la misma noche del 25 nos pusimos a buscar movilidad, hasta que encontramos una, por lo cual aseguramos los asientos con el pago
respectivo por ese servicio, esperando confiados abordar el domingo 26 a las 10
de la mañana la combi contratada.
El domingo 26 nos acercamos a las
9 y 30 de la mañana para esperar subir a la combi de las 10 de la mañana de
partida como nos aseguraron seria.
Llegados nos dimos con la sorpresa que esta, estaba retrasada, y aun a esa
hora no había hecho el primer viaje, como nos aseguraron, haría, para nosotros poder subir luego en el segundo viaje.
Nos dijeron que la combi subiría haciendo
la primera vuelta a esa hora y que en “media hora volverían” por nosotros.
Estos señores y los que los
rodeaban a los que manejaban la combi, seguramente nos vieron con la cara de extraños
y que no conocíamos la zona.
No sabían estos “vivos”, que
estaban hablando con el que a Pojoj y la puna de Tuctubamba no había ido una
dos veces, sino en múltiples ocasiones y que conoce todas las ocurrencias que se
producen allí. Seguramente pensaron sorprendernos fácilmente por nuestras mostradas ilusiones
de subir nuevamente a Pojoj, al decirnos que volverían en“... media hora por ustedes".
Cancelamos ahí mismo el servicio
y pedimos que nos devuelvan lo pagado.
Según los comentarios de los
amigos que tenemos y de todos los que compartimos las querencias por Corongo,
esta vez, hubo fallas en el apoyo, por ejemplo, del transporte exclusivo que debió de haber para esa fecha importante, pese a que fue organizado con mucha anticipación
la movilidad requerida no estuvo a las alturas de las circunstancias que se preveían. Habría que tener cuidado para la próxima vez en necesidad de buscar una buena eficiencia, para atender todos los
requerimientos presentados.
Muchos no pudimos hacerlo como lo
hicimos en la primera organizada en octubre del 2021 pasado.
Creemos que si se quiere hacer
en las fechas de las fiestas de junio, esta, debe de ser mejor organizada
principalmente en el transporte para cumplir con todos los que quieran subir a
ver las nacientes del Rio Corongo.
Recuérdese que las empresas de
transporte interprovinciales que brindan servicios a Corongo, priorizan sus
buses para movilizar a los que llegan y luego se irán pasadas las fiestas, que
para ellos es más negocio cumplir con sus rutas de fiesta.
Como vimos a Corongo en cuanto a servicios…
Pacatqui con sus baños termales
es un primer punto de la ruta en las cercanías coronguinas a ser visitada para
disfrutar de un primero y relajante estadía viajera, de vuelta al terruño
amado.
Hay un buen hospedaje, un buen
restaurante y por su puesto unas buenas posas de aguas calientes salidas desde las
entrañas rocosas de los subsuelos, además de la piscina al aire libre atendidas
por la familia de Oshcar Armijo.
Los Baños termales de Aticara mejoro, hoy hay camerinos para poderse
cambiar la ropa, mejoro en algo su infraestructura alrededor de la piscina, pero
le falta que se construya bancas de cemento si es posible para sentarse
mientras uno se cambia allí.
Otra cosa que nos agradó con
mucha sorpresa es el emprendimiento hecho por la familia Tapia-Camacho junto a
la carretera, muy cerca al ingreso para ir a los baños, han puesto en su chacra un restaurante campestre, para el servicio de los que lleguen o salgan de los
baños de Aticara.
Después de dos años de la
pandemia, Corongo, se volvió a llenar de gentes, para disfrutar de sus fiestas
patronales, como siempre sucede tradicionalmente. Muchos de los llegados o en su
gran mayoría fue el ver a gente joven llenar las calles y plaza para
disfrutar de la tradición sanpedrana.
Según lo oído, la infraestructura
de hospedaje colapso y algunos de ellos estaban cobrando precios exorbitantes
por albergar al visitante extraño.
También los restaurantes tuvieron
que ingeniárselas para atender a todos los que llegaban a consumir sus menús
preparados, con comensales esperando parados a que desocupen alguna mesa para
instalarse en ellas a ser atendidos y si el menú voló, no habrá otra
alternativa que consumir el arroz chaufa que le ofrecen a uno, como única solución
a calmar el hambre por el momento.
Nosotros partimos la vuelta hacia Lima el día
30 de junio a las cinco y media de la mañana con la movilidad de Lalo Marreros junto a José Armijo, Alberto Velásquez y Lucho Zelaya un viaje salido en la oscuridad
de Corongo para ir amaneciendo por la Culebrilla charlando amenamente de
ocurrencias de los amigos y que a ratos nos carcajeábamos por los méritos propios de
los relatos oídos, que nos divertían sobremanera al escucharlos.
Llegamos a Vinzos y tal como lo teníamos
planificado desayunar allí, nos fuimos en busca de una buena causa en un
restaurante que Lalo conocía y garantizaba que quedaríamos satisfechos al final
de habernos comido una. Como en efecto fue. No hubo un comentario adverso. Estuvo
bien preparada, con sus yucas arenosas muy agradables.
Muy recomendable para todo aquel
que alguna vez haya sido decepcionado de una de esas que hay a montones en el
camino, cuando se experimento que no estuvo del agrado requerido, en alguna vez.
Seguimos de viaje, pasamos
Chimbote y a eso de la una de la tarde estuvimos en Huarmey. José Armijo que
vive y trabaja en EEUU, pidió buscar un restaurante de comida criolla para
saborear “por última vez” de, él, momento de nuestra comida criolla, pues al día
siguiente viajaría al extranjero, según dijo y no saber hasta cuando volvería a
disfrutar de nuestra comida.
Averiguamos en el medio de la
ciudad por algún restaurante recomendado y nos dieron un buen dato, para ir en
busca de una cevichería conocida allí, al cual llegamos y después del consumo
hecho nadie reclamo nada. Todos quedamos satisfechos por lo consumido.
Llegamos a Lima al promediar las
cinco de la tarde y allí termino, por ahora, nuestro corto y feliz viaje de
junio a Corongo.
Junio es nostalgia, junio es
recuerdo, junio es verano del cielo azul y esplendoroso sol, junio es la noche
clara de luna, de cielo limpio y despejado en negrura, junio es de luces
estelares en tiríteos de las estrellas, junio es jolgorio de todos los que llegaron
en busca de sus recuerdos y de los viejos amigos, que no se ven así no más, como a ella, que un día fue y nunca más será, ya más, que hoy solo la miramos tratando de
reconocer si ella es la misma a la que amamos.
Junio es el verde y amarillo del campo, es el
agitar de los altos eucaliptos verdes, de serios colores familiares a nosotros agitando
sus ramas en una sincronizada bienvenida al vernos pasar por sus caminos junto
al río.
Junio es la banda de músicos, de
las pallas, de los panataguas, de los chirocos agitando sus macanas y soplando
los fluidos de sus pulmones sincopados a las emociones de la fiesta sampedrana.
Junio es de la iglesia y de San
Pedro y también de sampedrito el borrachito, que cansado de soledad en su estática
observancia a los que lo visitan en su urna, en busca de sus favores de los días difíciles del
año, sale también en busca de sus gentes que seguramente recuerda que le deben
esos favores y estos enfervorizados por los gros ingeridos en el atardecer del rompimiento lo sacan a bailar,
para estar al día, con todos los demás.
Junio es del rompimiento de la
primera noche de fiesta sampedrana con sus multitudes de viudas y sus velones
encendidos bailando en soledades individuales, botella en mano, para brindar con
todos los que acepten sus cortesías, delante de la banda hasta el amanecer.
Junio es del alba, de las pallas
vestidas desde la noche anterior entre fajas, prendedores, faldas y coronas, con la
vestimenta folclórica más bella del planeta, si de esa! que galardonada fue alguna
vez en un concurso universal de la señorita más bella del mundo.
Junio es veneración, es fe, es plegarias y de tragos también.
Junio es de fiesta de los cuatro días de
los del barrio de arriba y de los cuatro días del barrio de abajo.
De mata san pedros de última
generación ahora.
Junio es el Callahuaca, el Champara,
es Aticara, Pacatqui, es Pojoj.
¡Es San Cristóbal!
Junio es de picantes de cuy, de chicharrones, y de chicha de jora.
Junio es Corongo y Corongo es
junio.
Junio es la peregrinación obligada
de los que nacieron y vivieron allí porque lo vivido lo comido y lo amado nunca
se olvida.
Junio de Corongo, allá vamos por ti...
Por: GILBERT COLLAZOS GARAY.
La documentación existente en los archivos arzobispales de Lima o por tradiciones escritas u orales se llega a la conclusión que la imagen de San Pedro perdió la cabeza en alguna de sus fiestas en siglos pasados, a manos de los coronguinos. Las tradiciones de don Ricardo Palma sobre el tema coronguino tiene sustento en la historia oral que le deben haber contado. La posible informante de Palma debió ser doña Ursula Liñán, coronguina ama de llaves del escritor. En 1906 don Ricardo Palma edita “Las Tradiciones Peruanas”, en ella incluye una titulada “Coronguinos”, que es la que nos hizo afamados a nivel nacional, donde cuenta la razón porque se nos endilgó el apodo de “mata á San Pedro”.
En 1951 se edita “Tradiciones “de José Antonio de Lavalle y Arias de Saavedra (Lima, 1833-1893), donde escribe la crónica “Nuestra señora del Milagro de Corongo”. Hace una descripción del descabezamiento de la imagen de San Pedro a pedradas y como el cura no quiso renovar la cabeza del santo los indios coronguinos, de la época colonial, se conformaron con presentarlo en procesión con la cabeza de la virgen.
La manera de cómo llegó esta información a Lavalle, podría venir de un señor Guirrigorre, de familia de Cabana, que llegó a ser ascendente de su bisnieta la Sra. Lía de Lavalle Guirrigorre. Probablemente por esta fuente llegó a oídas de Lavalle. Este dato me lo dió mi tía Flora Garay, quien trabajó con doña Lía de Lavalle, y conoció a su padre don José Antonio de Lavalle, a quien Chabuca Granda dedicara un hermoso vals; aunque desconocía que el bisabuelo había escrito sobre Corongo.
Lo que confirma el hecho que los coronguinos se liaban a palos o pedradas durante la fiesta es el escrito de un sacerdote que presenta al arzobispado quejándose de los coronguinos. Lo que es explicable porque siempre las dos parcialidades han tenido rencillas una con otra, ya sea en tiempo cuando los huallas iban a Corongo a pasar la primera fiesta o después del año 1927 cuando los dos barrios se alternan en las festividades durante los ocho días de fiesta. Hasta ahora la competencia existe aunque ya no se dan peleas entre barrios desde hace cincuenta años.
En Corongo en el 2001 soltaron a la imagen de San Pedrito, el borrachito, felizmente sin ningún rasguño para la imagen, en cambio en Lima en el 2000 en la fiesta de la Asociación Hermandad de San Pedro, se les rompió la imagen de la réplica en pequeño del “borrachito”, porque son imágenes de yeso y por lo tanto muy frágiles.
A razón de estos últimos hechos, nuestros vecinos de Cabana nos han endilgado un “remata’ San Pedro” en son de sorna, pero no se divulgó y ahí quedó el asunto".
Los primeros recuerdos que tengo
de la penúltima estación del ferrocarril del Santa que hacia su recorrido desde
Chimbote hasta Huallanca. en los años sesentas, al pie del cañón del Pato y la puerta
de ingreso al callejón de Huaylas, es que, después de haber bajado por las
faldas de los andes ancashinos por la carretera afirmada de aquel entonces desde
Corongo en una góndola de carrocería de madera y multicolor pintado es que una vez llegados a
las alturas de Santa Rosa, un centro poblado y hacienda enclavada allí, por las
ventanas de la góndola ante el murmullo y comentario de los viajantes que ya
veían allí abajo, junto al lecho del torrentoso río Santa, a la estación del
tren a Yungaypampa que seguramente les causaba alguna forma de alegría verlo
desde allí y que también despertaban en mí las curiosidades de observarlo desde esas
alturas.
Mi ganada curiosidad infantil del
momento me hacía asomarme a la ventana que le correspondía a mi asiento y
asomaba mi cabeza para ubicar el lugar del comentario general de los viajeros.
Con mi nervioso auscultar desde las alturas seguramente por verla allí bastante abajo enclavada entre las áridas altas
montañas que la rodean al borde del caudaloso río Santa y que el resaltante resplandor brillante de sus techos de calaminas de sus casas, no
muchas, pero las suficientes seguramente, para darles comodidades y facilidades
a los que llegaban, ahí, que el brillante sol reflejaban a esas distancias, era, el
sitio para tomar el tren hacia Chimbote o hacia Huallanca para ir al callejón, de Huaylas.
Para los empresarios transportistas que
recogían allí sus pasajeros era el lugar indicado para que al gana, gana,
cuando el tren llegase, se disputasen los pasajeros al promediar el medio día.
Estos ancashinos vehículos de transporte
mixtos de pasajeros y carga, que existieron en los años 60tas y que cubrían las
rutas desde Sihuas con transportes Marino de carrocería azul y blanco, de
transportes Rojo de carrocería rojo y crema, transportes Paz, de transportes
Beltran de carrocería de madera, pero de asientos “pulman” de diseño más
moderno, a, ómnibus de la costa y solo para transportar pasajeros con un promedio
de 28 si no mal recuerdo, fueron los pioneros de recorrer esas rutas andinas.
¿Por qué las góndolas eran las
preferidas por los empresarios transportistas provincianos ancashinos en
hacerse de esas rutas?
Porque estas eran construidas en
madera y revestidas de lata con asientos y respaldares de tablones, apenas
acolchados, desarmables para la carga y con su puerta en cada fila a lado
izquierdo de la góndola para la subida y bajada de los pasajeros, además de una
parrilla en el techo donde se llevaban los bultos, maletas y lugar de viaje del
ayudante y los de confianza de viajar con ellos.
Estas góndolas eran construidas
en Carrocerías Morillas de Trujillo y según escuchaba las conversaciones entre
los choferes y ayudantes del momento, el que haya sido construido en esa fábrica,
tenía, un valor agregado de calidad y orgullo intrínseco, para sus dueños.
Estas carrocerías eran montadas
encima de un chasis de camión Ford 600.
En la mayoría de veces habían
sido eliminados las casetas de conducción del chasis del camión y en alguna
otra dejado el parabrisas de ella para adaptarlo a sus requerimientos técnicos
y gastos, seguramente, sabiéndose que esta podía servirles en el frente
delantero del vehículo.
¿Y por qué de chasis de camión?
Con toda seguridad porque
construcción más ruda y más alta en los ejes de las llantas de esos chasis les eran
las ideales para montar en ellas las carrocerías, además de que las nuevas rutas
carrosables angostas y fangosas y difíciles de transitar por aquellas épocas,
así lo recomendaban, para internarse en las alturas lluviosas de los Andes
ancashinos y que superaban por estas máquinas.
A medida que se iba bajando y el
recorrido del vehículo entraba en zonas templadas rodeadas de verdes platanales
y plantas de mangos, cerca ya de Yungaypampa, era de un inusitado momento de
ajetreos y comentarios de la llegada a la estación, que por lo general desde
Corongo, eran al promediar las diez de la mañana.
En la última curva de entrada de
la ruta bajada, esta, entraba a una final recta algo inclinada que daba al
pampón que estaba al lado de la construcción del gran almacén techado de la
estación.
Junto a ella, recuerdo que había
unos cortos rieles de tren, clavados en forma vertical a cierta distancia en el
suelo, como límite seguramente hasta donde podían ubicarse los vehículos de
transporte y carga de frente.
Verlos allí a estos, bien lavados
y limpios, con las puertas abiertas exhibiendo sus multicolores pintados y
diseños, seguramente al mejor gusto de sus dueños, era un espectáculo
inolvidable para mí, más aún, cuando llegaba el tren de vapor, con las bullas
de sus presiones violentas del vapor escapando de sus entrañas de acero y desparramándolos
por sus grandes ruedas rojas de fierro, o sus negros humos, lanzados con
violencia a los cielos, a medida que ascendía los últimos metros de su llegada
en pujantes esfuerzos hechos de jadeos metálicos fuertes o de sus pitos y los ding dongs de su campana viajera, alertando a
todos de que ya llego. Momentos inolvidables de vida que se fueron para nunca
jamás.
Luego de que se detuviera
totalmente el tren, verlo yo desde allí abajo, inmóvil, algo alejado de los
vagones que para mí eran tan atemorizantes sus inmensas construcciones y
presenciar bajar en alegrías a los que llegaban y se quedaban en Yungaypampa,
para abordar a los vehículos que los llevasen a Corongo, Yanac, Tarica,
Pasacancha, Sihuas o Palo Seco en la ruta hacia Pomabamba, en construcción aun,
era como ver llegar a gentes que venían de otros mundos con ropas nuevas y
modernas radios, relojes, cámaras fotográficas en manos, que yo contemplaba
absorto de que sean reales para ser alcanzados por los bajados de los Andes de
aquel entonces.
Era un niño aún y en mi
residencia aislada de aquellas épocas en Corongo, hablar del tren era un sueño
muy lejano de realizar de muchos, en aquel entonces.
Y el estar allí, cuando yo volvía
a mi Corongo, me hacía ser de otro nivel en comentarios y lo visto por mí a
todos los que me quisiesen escuchar.
Seguiremos narrándoles mis
recuerdos de vida, de esa época de oro, del ferrocarril del Santa.
No sé
Si será el domingo,
o el que vendrá.
Pero sé que será en domingo
cuando me toque...
Sé que domingo será
porque desde el atardecer del sábado
las punzantes soledades y angustias
me torturan el alma
a seguir soportándolas
sin poder detenerlo
cuando se asoma
Domingo será…
Sabe que sospecho de èl
cuando en sus horas
se me aterran las alegrías
se me aterran las esperanzas
se me angustian la mañana
Y esos golpes
que ya no soporto más
que empujan a que la vida se me cansé
y el alma también
Sé que domingo será
Y que no podre huir
Porque el domingo existe
en mi rutina
Y no sé hasta cuando más
lo tendré allí
Oliéndome mis penas
Oliendo mis aromas idos
Con el murmullo de las gentes
Que no veo
Que ya ni siento
Ahora que estos llegaron
y no invite
en visitas inopinadas
o forzadas quizás
por sus recuerdos
por mis recuerdos
acompañándome
en lástimas
En una última vez
Domingo será…
Mi agenda me lo dice
Porque tuve
la precaución de anotarlo
cuando su anuncio reciba
Y aquí lo espero
En quietud
En miedos
Para que esta, nunca jamás,
vuelva a martirizarme...
Más.
En la Feria Internacional del Libro de Guadalajara - México, que tiene al Perú como invitado de honor, la escritora mexicana Miguelina Reyes Hernández al lado del Dr. Enrique Linan mostrando el libro "Guía del Quechua de Corongo de Daniel Hintz.
La presentación virtual de la Guía Didáctica del Llaqwash se realizará vía zoom y se transmitirá a través del Facebook de la Asociación de Turismo y Cultura de la Provincia de Corongo el martes 7 de diciembre a las 6 de la tarde. Están todos cordialmente invitados.
Un agradecimiento especial al Dr. Enrique Liñan Izaguirre y al Señor Daniel J. Hintz por tan importante aporte como es esta Guia de nuestro Llaquash.
La Asociación
Cultural y Turismo de la Provincia de Corongo, una entidad formada por los
hijos representativos de la provincia e integrada por residentes y los no residentes
coronguino, pero que. con su activa participación en la organización formada hicieron un auspicioso debut querencial, en octubre a la amada tierra. que los
vio nacer.
Esta, es, una gran
iniciativa organizacional de la joven entidad para poner en valor actuales, las, atracciones turísticas que se tienen en la provincia.
Años atrás al
inicio de la organización venida seguramente en la mente de Hugo Carranza, un, trotamundos
vuelto a la madre tierra que las comenzó a cuajar en ideas, seguramente traídas a
la memoria de sus vivencias experimentadas en su largo andar, por los países del
extranjeros, en medio de sus soledades de las noches, talvez frías, pero abrigadas de los recuerdos vividos en los tiempos pasados de el en los trópicos de sus residencias momentáneas de sus años de actividad laboral por esos países, le, impulsaban a decirlo a todos
lo que quisieran apoyarlo, a, hacerlo realidad algún día, en su querido Corongo.
Y seguramente
se preguntaba tambien, del, haber visto y palpado que los principales sustentos económicos
de aquellos, ahora, lejanos lugares para, él, eran mayoritariamente los ingresos
que les dejaban las actividades turísticas que desarrollaban, allí.
Se preguntaba ¿Por qué no hacer de la provincia de Corongo una zona de
turismo, para, los que lo quieran visitar?
Y así, poco, a
poco, con mucho trabajo de convencimiento para los incrédulos, lo fue haciendo
hasta que al fin cuajo la iniciativa en todos los que ahora le rodean y se
dieron los primeros pasos para concretizar la puesta en valor de los
inventarios, turísticos coronguinos.
Y así llegaron
hasta la organización del:
I Festival Ecoturístico Pojoj 2021.-
Se
propagandiso y difundió en los mejores medios de la modernidad tecnológica del
momento, después, de haber hechos tambien las coordinaciones del soporte logístico
necesario para recibir a los que vendrían, como alojamientos, movilidades y
alimentación que se requieran ser atendidos con la máxima hospitalidad posible para
recibir a los que llegasen a dicha cita.
Un momento
resaltante, si se le puede llamar así, es el hecho que se viene saliendo de a
pocos de cerca de dos años de aislamiento y cuidado sanitario por la feroz
pandemia mundial, que sufre la humanidad en el siglo presente.
Y muchos
residentes foráneos coronguinos, que, seguimos desde nuestros lejanos refugios
sanitarios residenciales nos entusiasmamos en partir hacia allá, para ser
partícipes de esta nueva cita con nuestros recuerdos de vida que guardamos
siempre, y, vemos en esta actividad, la gran oportunidad de la excusa perfecta
para huir de esta, monótona rutina estresante capitalina, estaba dada.
Y así
llegamos a la mañana del 09 de octubre del 2021. Levantados bien tempranito
para desayunar con tiempo y dirigirnos a la plaza a tomar nuestro asiento
reservado desde semanas antes, en una previsión hecha con mucha anticipación
vía wasap desde Lima en el “Cerreñito” que de paso contamos que nos sirvió de
mucho haberla hecho así, porque, días antes de esta fecha ya no había un
asiento más en venta, en ninguno de los cuatro buses que subirían a las lagunas
de Pojoj, muy aparte, de la movilización hecha en algunos vehículos, menores,
que tambien se preparaban para subir con todos los que pudieran llevar.
La verdad que
en esa mañana la gran cantidad de gente ansiosa de instalarse en sus
movilidades reservadas para ese servicio, me hacían recordar, la presencia
masiva de gentes ahí, como en las de las fiestas, de junio.
Había
amanecido el día algo nublado pues es la época estacional pre invierno, nublosa,
que nunca nos dejó ver al Champara en el fondo azul de las montañas que la
albergan desde los días previos, en que, llegamos.
Pues estamos
en octubre ya los días soleados coronguinos se fueron y son las esporádicas
lluvias de momentos las que invaden los cielos y mojan las calles. Así que no
teníamos que reclamarle a San Pedro nada, por tales momentos climáticos.
Más bien era
la preocupación de los organizadores de saberse que si así estaba, por allí
abajo, como estaría en la puna del Tuctubamba coronguino.
Seguramente
nevando decían algunos.
Otros: Está
lloviendo mucho por allí.
8 am…Partimos rumbo a Pojoj.
Hoy para mí,
que, me siento, en cada minuto que pasa, en una ansiedad indescriptible de
volver a ver, a vivir y a sentir el recorrer nuevamente los caminos que los
anduve la última vez a lomo de un burrito, medio siglo atrás, me, llenaban de
nostalgias el saberme que nuestros tiempos de juventud se fueron y que sabemos tambien
que jamás volverán. Pero hoy estamos aquí nuevamente para hacernos jóvenes otra
vez, en nuestros adentros y engrandecernos recordando aquellas nuestras
aventuras, vividas, en el ayer.
Llegamos a la
Nueva Victoria, no lo reconozco ya, tal, como lo guardo en mis memorias, no, me
ubico en mi tiempo espacio histórico diría un político del ayer, ya, todo ha
cambiado igual que Ñahuin, desde donde la carretera después de pasar la zona
urbana comienza a hacer un alto asenso la carretera afirmada y estrecha, que
sube en un no contados zigzag, hasta alcanzar las alturas del Tuctubamba
después de Arena Blanca en el camino de herradura que va a Tauca, según mis
recuerdos, me los van, visualizando.
En estas
alturas las faldas que caen a los barrancos del callejón del rio Corongo, se ve
poblada de pinos, muy hermosas, plantaciones verdes oscuros frescos, que le han
cambiado el panorama de sus alturas, sumándose a ser los nuevos atractivos, que
se pueden mostrar a los visitantes por ahí, como yo ahora, que nunca antes lo
hubo, cuando algunas veces las recorrimos.
Pero tambien hay
una triste realidad que se ve hoy allí. Lo quiero decir con todas sus letras aquí,
por, la indignación que siento de la maldad de algunos mal nacidos, se hacen
presentes aquí, pues vemos con asombro en unos grandes espacios de esos árboles,
de pino, secos, de un color teja y que yo pensaba que las heladas los habían
afectado, hasta que un amable pasajero, al escuchar mi comentario un poco
inocentón, me dice, no es la helada, lo han quemado.
Mira para
allá, mira como toda la falda esta negra por la acción del fuego provocado.
Efectivamente,
grandes extensiones de las altas faldas lucen negras y con tallos de pino a
montones erguidos como únicos testigos estáticos e inertes que quedan allí,
clamando justicia por tal arbolicidio, hecho.
Que maldad.
Que crimen
sin nombre.
¿Acaso hay
algún sujeto o sujetos libres y campantes que anden sueltos de huesos entre
nosotros, capaces de hacer semejante daño y no ser puestos en cárcel por las
autoridades al identificarlos, hasta ahora aun?
Después, del
mal rato pasado el bus logra coronar la explanada del Tuctubamba y entra a la
zona de las lagunas de Pojoj, por una entrada hacia la izquierda de su ubicación
viniendo de sur a norte, lejos, por donde baja el drenaje de las aguas de las
lagunas, que dan origen al rio Corongo.
Claro que la
carretera que nos lleva hacia allí, está hecha para unir Corongo con Cabana y
desde ahí, se aprovechó en hacer una corta trocha hacia las lagunas, la, cual
recorrimos a pie desde donde la vía a Cabana, les sirve de estacionamiento a
las caravanas de buses llegados.
A todo esto,
el tiempo transcurrido desde Corongo hasta allí, es un aproximado de una hora y
treinta minutos +/-.
Para
beneplácito nuestro y de toda la gente que va llegando hasta allí, el día, se
muestra nada hostil, a pesar de los 4,500 mts sobre el nivel del mar, en que
nos encontramos.
No hace tanto
frio en este día.
No veo gentes
quejándose de haber cogido el soroche, a pesar, que tambien hay muchos niños corriendo
por ahí, que participan de la actividad.
Se puede
caminar con facilidad en plena puna, no corren hoy los vientos helados de
antaño.
¿Serán las
señas de los nuevos tiempos de la humanidad o del cambio climático que sufre
nuestro hogar espacial y que tambien, llego, para allí, tambien? Yo creo que sí.
Ahora, siento
yo, que las alturas del Tuctubamba, se han vuelto más amigables para los que
las andan, que, antes.
Caminamos más
o menos un kilómetro de trocha afirmada y llegamos a la laguna macho, donde
habían hecho las instalaciones provisionales para recibir a todos los
visitantes que llegaban, en tropeles.
Allí, bajo
las cubiertas de plásticos para evitar la lluvia, si así esta, se presentara al
borde de la salida de la laguna, dejaban escapar por encima de ellos los humos
azules de los leños en combustión que dan los fuegos necesarios, para que las
ollas y demás utensilios de cocinas cuecen los picantes de cuyes, los
chicharrones de chancho, los tamales, los caldos de cabeza o de gallina y todos
los manjares de nuestras tierras, que preparaban la comisión de damas de
Ñahuin, según me comentaron.
En un momento
más, me cruce con Coquí Trebejo y muy entusiasmado me comento que la comisión
encargada de la organización del evento, se daría por satisfactoria si al menos
llegasen unos cincuenta visitantes…
¡Mira parece
que somos unos trescientos!
Me dice…
Yo creo que
así es Coquí. Vale lo hecho hoy.
En la laguna
estaba el muelle construido para la actividad y que era el embarcadero para los
que quisieran internarse en los kayaks, que se hacían a la laguna, para, un
recorrido vivencial de una nueva aventura en ella. Había una cola de espera
para lograr, tal privilegio.
En una
explanada asentada con arena hicieron su aparición una cuadrilla de bellas
pallas, al son de los chirocos, para rendirle honores a la laguna macho, por,
dejar que se realice en sus bordes, esta anhelada actividad vivencial.
Tambien
saltaron a la arena los Shajshas, que, con sus vigorosas danzas guerreras, que agradecían a la pacha mama al son de los golpes a los cueros de las
cajas y sus silbidos de sus flautas las ofrendas musicales que le brindan a
ella, en, una armonía casi espiritual de conjunción con esta bella, naturaleza
andina.
Quiero
filmar, fotografiar, estos, históricos momentos y la gente que rodea las presentaciones,
me, limitan en mi accionar.
Al, promediar
el medio día se escucha por los parlantes anunciar que por el camino de
herradura que llega hasta la laguna macho, tambien llega el gran Tavo Lora,
piloteando a un grupo de atrevidos caminantes de a pie, salidos, desde Corongo,
en unas tres horas atrás de su cansada caminata de altura, portando una bandera peruana,
pasa Tavo para colocarla sobre una pronunciada elevación natural de rocas,
erguida, sobre la laguna, simbolizando, así, nuestra identidad nacional. Sobre
ella.
Todos y
todas, disfrutan de la algarabía general, los niños y las niñas audaces, hacen
volar sus cometas, en, un disputado concurso para obtener el premio a la mejor
actuación voladora.
A, mí no me
dieron una.
En un momento
me fui en soledad a recorrer al pie de donde estábamos, a la laguna hembra y
por supuesto que tendría que ir a mi laguna chica, o la hija de ellas, más al
pie aun, donde una vez, fui feliz, al pescar truchas, allí.
Sigue
silenciosa y triste, por mi larga ausencia. Le prometí volver pronto y tambien
llevar mis anzuelos para que nos demos unos nuevos, encuentros, como, solo nosotros
sabemos darnos.
Tambien
comenzó a chispear y se desato una corta lluvia que obligo a muchos a buscar
refugio momentáneo, junto a las tullpas, de las cocinas.
Menos mal,
que, no duro mucho. Los andes refugian a sus hijos, a veces.
Encontramos a
los viejos amigos entre el gentío, como, Beto Antúnez y su señora, a, Juanito
Lora, a, Juan Olivera que estaba jatipando la coca para saber cómo nos iría
allí y tantos y buenos amigos como Freddy Sotomayor, Pepe Gutiérrez, Cesar Zúñiga y muchos mas que se me escapan por ahi y que me perdonen que no los ponga.
Luego, se
desato el baile al son de los chirocos y nuestra gran amiga Diana Chereque, nos
dio la satisfacción de ser nuestra pareja para una buena zapateadita, en plena
puna, que no lo sentimos que nos afecte en nuestros pulmones, al final de ella.
Encontramos a
Hugo Carranza, muy contento, haciendo firmar el libro de asistencia al evento…
Para que nos
crean que estuvimos aquí…
Me dijo, que,
gustosos firmamos tambien, en ella.
Llego las 4 pm,
hora, del retorno a Corongo.
En principio
la vuelta en el bus lo hacíamos en tranquilidad, la bajada, hasta que en un
trecho nos detuvimos en fila todos los vehículos que transitaban por ahí.
El bus de
Fama Tours que encabezaba la caravana, estaba detenido, adelante.
La carretera
en esa parte es arcillosa y este vehículo comenzó a resbalarse de ruedas,
delanteras, como si fuesen sobre un jabón y tuvieron que hacer lentas maniobras
de conducción para seguir bajando, ante, un inminente peligro de
desbarrancarse.
Me comentaron
que cuando se construyó esta carretera, el trazo inicial, no era por esos lugares
arcillosos y que ese era un problema constante.
Si así se
puso, sin haber llovido torrencialmente, imagínense cuando esto, suceda.
No es
transitable así.
Tienen que
solucionar ese inminente peligro vial.
En síntesis,
para terminar:
Este primer
festival realizado ha demostrado que, si se puede hacer las cosas bien, cuando,
hay sincera unión.
No se debe
permitir la politización de estas actividades.
Que sepa
nunca escuche que la alcaldía estuviera presente allí. Parece que no le dieron
paso al protagonismo político interesado, que seguramente quisieron hacer.
Tienen que
hacer esta, actividad turística masiva, en los días del verano andino.
Creo que la
Asociación Cultural y Turismo de la Provincia de Corongo hizo de este día un
gran día memorable, que las generaciones futuras, sabrán aprovechar.
Gano Ñahuin,
sus gentes y sus manjares preparados.
Hacer patria
chica, es hacer una patria grande, tambien.
Para los que alguna vez vivimos
en Corongo, cuando volvemos a esta nuestra casa de los primeros años de vida,
bajar, a los baños termales de Aticara, es una imprescindible o una primordial
actividad a realizar en el primer día de visita que se tenga al llegar allí.
El amanecer del nuevo día aquí es muy diferente a nuestra rutina acostumbrada de los últimos cincuenta años de
vida, que llevamos ya y estas hacen que se despierten en nosotros siempre nuestros juveniles
entusiasmos de bajar a la brevedad posible a los baños de Aticara para meternos un cálido chapuzón temperado en sus aguas calientes de la piscina, sabido es, que es llenado por los chorros caídos de la montaña que suelta por algunas
fisuras entreabiertas de sus rocas como un surtidor eterno y natural abastecedor incansable de aguas, desde sus
interiores, con las caudales necesarias para que nunca le falte y
tambien para que algunos como nosotros, que, siempre buscamos ponernos debajo de
ellas y recibamos en sus duchas naturales, un relajante chorro de agua
caliente que al cabo de un tiempo, serán las liberadoras de las muchas tensiones cargadas pesadamente, sobre nuestros cuerpos.
Casi siempre buscamos bajar a
ella a pie desde Corongo.
En esta vez, no perdimos el tiempo y nos subimos a un camión
que hacia el recorrido hacia Colcabamba y aprovechamos en bajar encima de la mercadería que transportaba, que por lo detectado en nuestros
olfatos, eran sacos llenos del común abono natural de origen animal u estiércol para los huertos del conductor que seguramente son de hortalizas orgánicas sus sembríos.
En fin, una vez subidos en la
tolva del camión y gustosos de haberlo hallado, emprendimos el viaje.
A medida que avanzaba el vehículo motor donde fuimos zarandeados e inclusive derribados tantas veces encima de los olorosos
sacos cargados en alguna cerrada curva, sintiéndonos a veces, como unos simples objetos inertes, una
y otra vez mas, hasta llegar a nuestro destino.
Pero no es nada aquel momentáneo martirio de viajero andino porque de alguna manera fuimos
recompensados en el maltrato hecho por el camión, con el aspirar de nuestros
pulmones con el aire puro libre y alcanforado coronguino.
Así, al, cabo de unos veinte
minutos o treinta talvez de constante bajada, arribamos a la última curva del
zigzag de la carretera que nos deja muy cerca de los baños de Aticara.
Llegamos al fondo del rio Conoc y
por la semana de promoción de los inventarios turísticos de Corongo, hallamos la piscina vacía en aguas.
Estaba esta en mantenimiento preventivo.
Ahora, en esta vez, para variar, como siempre, la infraestructura que rodea a la piscina la encontramos tan
igual como hacía ya un par de años, desde la última vez que estuvimos allí, totalmente desolada sin haber mejorado en algo sus espacios para el visitante.
Nuestras urgencias de gozar la
visita a sus aguas calientes, nosotros no nos hicimos de problemas y nos
acomodamos a sus chorros en donde pudiéramos.
Hasta quedar satisfechos de sus
temperadas aguas y salir de ellas, para emprender la subida a la carretera,
alrededor de las doce del día.
- - Vámonos ya...
Me dice Lucho Zelaya
- - Si vamos y ojalá, que encontremos a alguien que nos
jale hasta Corongo.
Sí, yo tambien, pienso que será así.
Al salir de los baños hay que
subir por un camino empinado junto al rio de unos doscientos metros más o
menos hacia la carretera, que, viene de Yupan.
Lo hicimos lentamente paso a
paso hasta cruzarnos con dos jóvenes que bajaban a bañarse tambien que nos
habían visto en la plaza de Corongo, temprano, en plenos ajetreos de buscar
movilidad a la hora de bajar, apara allí.
Uno de ellos en son de broma al
ver nuestro lento y sufrido ascenso nos dice…
- - Corongo está bien lejos ahhh…
Efectivamente desde los baños
termales hasta Corongo por la carretera, esta está a 12 km. +/- de constante
subida.
No es la primera vez que lo subimos un cierto trecho por la carretera para esperar a que alguien nos recoja y nos
traslade para la ciudad.
Lo hemos hecho siempre y siempre encontramos a alguien
que nos vuelva para allí..
El que conoce, sabe que a medida que se va recorriendo
los zigzags de la carretera hacia arriba se va ampliando el panorama cada vez mas con una mejor amplitud de vista, del trazo de la esta, que, sube desde Colcabamba y se
puede ver con claridad tambien, si es que lo recorre algún vehículo automotor por
ella, sea grande o pequeña, se, le vera subir y uno ya va previendo si es posible que nos puedan
recoger o no.
Han transcurrido una hora de
nuestro lento caminar y seguíamos tan igual como al comienzo de
nuestro andar, subiendo a paso lento, pero relajado por las vistas que se observan en las cortas distancias campestres que nos rodean
Paso a paso subimos ya un par de
largos zigzag y algo cansados, comenzando a transpirar nuestros líquidos
corporales internos a la camiseta puesta y tambien nuestros respirares se están
agitando cada vez más, ni que decir de nuestras extremidades inferiores, que ya
piden no dar un paso más, que para mitigar sus cansancios, nos paramos de rato
en rato a que nuestras vistas nos consuelen con la detección de algún vehículo
que suba y renueven las esperanzas no perdidas aun, de, un cómodo ascenso a
Corongo.
Son las 13 horas y minutos más cuando
pasa una camioneta cerrada rugiendo en motores y levantando polvo por la
gradiente de ascenso que así lo exige, para ser superado.
Nosotros, miramos entristecidos
su alejamiento.
- - No te preocupes Luchito, que ya vendrá
otro por ahí…
Ojalá sea cierto lo que le afirmo
a él, para que yo tambien me alivie de paso en mi cansancio.
El cielo comienza a poblarse de
nubes grises…
- - Parece que va a llover, me dice Lucho
No termina de sospechar tal
incidente climático y comienzan a caer las primeras gotas de lluvia y que al
cabo de un instante más, se convierten en una constante lluvia serrana.
No se siente frio, más bien, la
calidez de la zona templada donde se asienta el valle de Aticara, nos
acompañaba todavía a estas alturas del recorrido, además de la calentura de
nuestro cuerpo, por, el esfuerzo de la caminata que se convertía en sudor a
cada paso que dábamos, que nuestro polo que vestimos la retiene totalmente empapada,
al menos así lo siento yo, en mi camiseta que tengo puesta.
Así que la lluvia que caía, por
ahora, me refrescaba...
Las esperanzas de encontrar a
alguien que nos suba todavía están intactas, mientras tanto a seguir andando
cuesta arriba.
Luchito Zelaya encuentra un hito
de la carretera y me dice…
- - Samuel aquí dice Km. 4…
- - No entiendo ¿Nos falta cuatro kilómetros
para llegar?
- - O vamos cuatro kilómetros desde abajo…
Yo, se que de Corongo a
Aticara hay 10 Km. más o menos de distancia, me puse a pensar y concluí que
deberían de ir cuatro kilómetros de subida y nos faltaba al menos seis más por
recorrer y no le dije nada para no desanimarlo en nuestra marcha.
Seguimos caminando zigzag por
zigzag del trazo carretero hasta que llegamos a Huayu, donde hay una buena vegetación de arboles de eucalipto y
ramales que de nada nos servía para guarecernos ahí, un rato. Pues la lluvia
había arreciado y ya se había cerrado las claridades de las cercanías
campestres, y, solo veíamos caer la lluvia con mayor fuerza encima nuestro.
Yo, cuidaba que la cubierta de mi
cámara fotográfica no se empape tapándolo con mi casaca, que la había llevado
y que en un principio, me, pesaba haberla traído, porque pensé que me
incomodaría en el camino, mas ahora, me servía para cuidar de ella.
Pasamos Chalan y nos encontramos
con la penúltima curva del zigzag de ascenso a Corongo y nuevamente Lucho
encuentra otro hito con una indicación que decía km.6…
Y Lucho me dice…
- - No entiendo, en vez de bajar de Corongo
el conteo de los kilómetros de la carretera, está subiendo…
Yo no le respondí nada, a estas
alturas del recorrido a mí me pesaban ya hasta de pensar en las respuestas a sus
inquietudes que tenía.
La lluvia seguía con fuerza y
ahora si ya se sentía el frio de sus gotas que chorreaban de la cabeza, a los
pies, pero como nuestro cuerpo estaba caliente y de sudor no nos hacían daño,
además de no encontrar nada en donde guarecernos, aunque pensándolo bien una
parada de descanso que hubiésemos hecho por allí, después, de dos horas de
caminar, nos hubiese hecho daño al enfriarnos con el cuerpo mojado.
Llegamos a la penúltima curva del
zigzag del trazo de la carretera, me paro y le digo a Lucho…
- - ¿Quieres caminar hasta allá, que esta la
última curva?
- - O, subimos por este camino empinado que
va entre los matorrales para cortar camino y llegar a la carretera que está
encima nuestro, mira allí, arriba.
A Lucho que no ha nacido en Corongo,
ni criado largas temporadas allí y de caminar por difíciles accesos de
los caminos serranos no lo había escuchado nunca narrar o contar las ocurrencias que
estas esconden, me dice:
- - Si, vamos a cortar por aquí…
- - Si, le digo, es mejor un último esfuerzo
en línea recta hacia arriba, que de allí luego ya salimos, al Mirador…
Desde donde nos hallábamos, hasta
el trazo de la carretera allí arriba a unos doscientos metros de empinada subida que
a las justas se notaba, y yo rogaba que así sea, lo que le mostraba con el
dedo, pues tenía dudas y creía que podía estar esta aun más arriba, pero por la ubicación de las antenas
que se ven y que están encima de ella, en el cerrito del Llacllacanme daban
cierta tranquilidad de que era el tramo que nos llevaría hacia el Mirador. La entrada de la carretera a Corongo.
Antes de iniciar el parado
ascenso montañosos, le digo a Lucho:
- - Seguro que cuando estemos en la mitad
del camino, van a pasar carros vacíos, por la carretera.
- - Si seguro, que sí. Me responde
- Bien arranquemos para arriba…
El camino es estrecho y resbaloso
más aún que la lluvia que cae en algunos trechos, lo convierten en riachuelo
húmedo y fangoso, perdiéndose tambien sus huellas en algunos lugares, pero la
intuición de haber vivido por allí y que han quedado guardadas en nuestras
memorias por nuestras crianzas en estos lugares y circunstancias pasadas, nos, hacen resolver los inconvenientes presentados, pero queal cabo de un trecho mas subido, yo ya no puedo, al menos dar dos pasos seguidos, sin uno de descanso.
Mis pulmones se agitan
fuertemente y necesitan cada vez más bocanadas de oxígeno, mi corazón, parece una bomba sin control, que va explotar, en cualquier momento.
Lucho, que es un peso pluma siempre me supera en el ascenso y lo pierdo de vista.
Lo que no pierdo de vista es la
carretera allí abajo y dicho y hecho…
¡Veo transitar una! ¡nooo! ¡dos
camionetas abiertas subiendo por donde habíamos caminado! Y que nunca antes
llegaron para levantarnos...
Nosotros, los dos prácticamente
colgados por nuestra mala suerte, allí en medio del inhóspito lugar, no había modo alguno ya de ser
salvados en esa tarde.
Lucho que estaba por llegar a la
carretera, me comento que prácticamente la camioneta rugió encima de él, que por si acaso lo oían, le lanzo unos gritos para que se detengan, pero fue ignorado.
Talvez nunca lo escucharon, ni vieron que estaba allí.
El llego a la carretera y se
puso a descansar, pero se preocupó de que yo demorara en llegar y dice que me
comenzó a llamar y que yo no respondía.
Mientras tanto, yo me peleaba con
la parada subida paso a paso, hasta que de un momento a otro veo aparecerse a un ser
vivo bajar lento, por esos lugares de ramajes silvestres jalando un burro, camino abajo, con un sombrero amplio y una
cubierta de jebe para la lluvia, de contextura delgada y de rala barba blanca, que luego reconozco…
Era, Eleizer Pérez, un viejo
amigo, que iba a ver sus animales en sus chacras que tiene camino abajo.
Intercambiamos saludos y me dio
el último aliento que me faltaba para llegar a la carretera…
- - Estas, a unos diez metros cerca de la
carretera
- - Lucho ya está arriba…Termino diciéndome.
Vaya, consuelo el mío, si supiese que esos diez metros para arriba me sonaban a mí como si me hubiese
dicho: ¡Vamos Samuel! ¡Que solo te faltan cien metros más!
Ya no había otra para mí, que
seguir en mi sufrido esfuerzo y nada, más.
Llegue con mucho trabajo a la
carretera y Lucho que ya descansaba del esfuerzo hecho, me dice que estaba asustado, porque pensó que yo me había
quedado para siempre. Allí abajo.
Hicimos el último tramo recto
hasta el Mirador, sorteando los riachuelos de agua color arcilla que corren
carretera abajo y llegamos al muro que da la bienvenida a Corongo, no pensé dos
veces y en plena lluvia me saque el polo empapado tambien con sudor, me seque
rápidamente con la toalla de los baños y me puse mi saco viajero, cuyo, interior acolchado estaba seco, que me alivio del frio helado que se siente ya allí y tambien evitarme
una fulminante neumonía que podría sufrir por el cambio de temperatura.
La lluvia nos acompañó hasta el
arco. Allí nos dejó de mojar.
Entramos por las calles de Corongo, buscando
acortar nuestro ultimo caminar, hasta nuestro hospedaje.
Yo andaba en el medio de la calle del empedrado.
Me
pesaban los pies para subir a la vereda.
Busco alguna bodega para cómprame una gaseosa.
Lucho me dice que la gaseosa es
dañina para nuestra salud, además de estar fría allí, como sacada de un refrigerador.
No me importa si esta helada.
Yo
tengo sed y punto.
Pregunto:
- - ¿Qué hora son Lucho?
Yo, ya no tenía ni fuerzas ni
para sacar mi celular del bolsillo para mirar la hora.
- - Son las tres y treinta de la tarde…
- - Gracias...
Y guarde mis silencios, tambien, cansados.
Todo lo narrado no tendría nada de espectacular hazaña: Pues Lucho Zelaya Jara tiene 65 y yo 68 años de
edad y residentes en la capital de la república, los últimos cincuenta años que volvemos a Corongo solo de visita.
En las horas del recreo en el colegio
me agradaba siempre iniciar alguna conversación sobre aventuras fuera de la
ciudad con Jorge Ingar “Bedoya” mi cómplice de arriesgadas correrías más aún
si me había enterado de que alguien lo hizo, para hacerlo también nosotros los fines de semana fuera de
la ciudad siempre y cuando no tengamos algún partidito de fútbol en Cochapampa.
Siempre se nos metían en nuestros
recreos las conversaciones de los comentarios oídos por alguno de nosotros a algún conocido, que de vez en cuando andaban de pesca o caza de venados por
las punas.
Y casi siempre despertaban en nosotros la
adrenalina de vivir y aventurarnos a hacerlo también. ¿Por qué no?
Así que decidimos arriesgarnos a ir a
la puna a pescar truchas en las lagunas de Pojoj, los dos, pues seguramente
los compañeros mayores que oían nuestras entusiasmadas charlas de nuestra
adrenalina adolescente, se reían de nuestras locas decisiones.
Habiendo intercambiado opiniones y
también considerado el avituallamiento necesario para ese viaje incluidos las
acémilas respectivas para cada uno, nos pusimos de acuerdo que el sábado que se
aproximaba, saldríamos en la madrugada hacia ellas.
Estas lagunas se encuentran en la
puna de Tuctubamba, por encima de los cuatro mil metros aproximadamente hacia
el lado hídrico de Corongo, que da origen al río que atraviesa el hermoso valle
coronguino.
Mi amigo Rubén Olivera, algo mayor a nosotros
y un asiduo concurrente a ellas me comento que había estado una semana
atrás por allí, de pesca.
En otra mañana previa de esas que a
veces son imprevistas, pero de mucha utilidad, encuentro a Pablo Cuba, que
también iba a pescar siempre a Pojoj y seguramente al ver mi entusiasmo por lo
que planeaba en forma confidencial como un secreto suyo, bien guardado, me
confía:
- A ti solo te cuento y espero que no se lo
digas a nadie más…ahhh
En la
laguna chica negra que está a la derecha de la entrada también hay truchas y
allí pican con anzuelos, no tires mariposa porque se asustan, eso si te advierto, que cuando te acerques allí no tienes que hacer tampoco bulla si quieres que
piquen.
Luego me advirtió. Que nadie sabe eso
y si se entera alguien más será porque yo haya hablado.
-A ti te cuento ese secreto porque eres mi
amigo, termino diciéndome.
Con ese dato por confirmar en persona
ya que en una vez anterior ya había estado con Rubén por allí, pero no le
prestamos atención a esa pequeña laguna, pues la verdad que ni el, sabia eso
porque si no lo hubiésemos visitado.
Llegue con las novedades al colegio y
pregunte: Que dices Bedoya ¿vamos el sábado que viene?
Yo que conocía bien a mi cómplice de
aventuras, sabía que no pondría ninguna objeción a ello.
-
Claro she…Vamos para allá.
-
Hecho entonces cumpa…
- Ahora llego a casa y tengo que pedirle
con tiempo permiso a mi papa para llevar su caballo moro.
- Bueno yo voy a ver si me
alquilo uno con tiempo. Ya sabes que tenemos que salir a las tres de la mañana,
para estar llegando a las seis más o menos cuando este amaneciendo.
- Claro she, me dice, yo salgo de mi casa (Que se encuentra en la salida
de la carretera al Mirador después del Arco) y espero que estés listo tú a la
hora que llego para partir.
- Bien, entonces vamos a Pojoj, el sábado...
- Claro… a las tres de la mañana vienes a mi casa para partir a esa hora
- Ya she, a las tres estoy en tu casa y espero que estés listo no te
vayas a quedar dormido como la otra ves que nos fuimos al rio Manta de Cuzca y
tuve que despertarte...
- No te preocupes que esta vez no me dormiré…
Llego el día viernes. Yo no pude
conseguir el caballo que siempre alquilaba, pero me propusieron que me llevase
el burro macho que ese día no lo necesitaba en las faenas diarias.
En vista que no había otra
alternativa no me quedo más que aceptar la propuesta pues ya era muy tarde para
cambiar de opinión y además. nada se nos hacía imposible de realizar si ya
estaba decidido a hacerlo.
El viernes cogí mi lata de Nescafé
vacío y me fui a la Champa al pie de la planta eléctrica a buscar lombriz para
la carnada, alistar mi cordón de cincuenta metros de nylon con los anzuelos y
plomos en buen estado, mi mariposa de pesca, y luego recogí el burro al
atardecer lo instalé en el patio y me puse a descansar temprano, en casa.
Era mediados de julio estábamos en el
verano andino, así que, no teníamos problema con el tiempo.
No hay lluvias, los días son soleados
de cielos despejados. Todo propicio para salir a las punas, en tranquilidad.
Entrada la noche, no podía concebir
el sueño pensando en cómo nos iría en esta nueva aventura, me preocupaba si
todo saldría bien, sin ningún contra tiempo, porque siempre existe un temor a
lo incierto en la intimidad de uno, aunque nunca lo manifestaba.
Era una nueva aventura a emprender
que nos gustaba disfrutarlo.
Entre vueltas y vueltas en la cama
pasaban las horas con una lentitud interminable cuando entre la soledad de mis
pensamientos, siento el trotar característico de un caballo en ligero caminar
acompañado del bullicioso ruido del golpe de sus herrajes en la calle empedrada,
pisando fuerte, que se acercaba a la casa y a estas horas en el silencio
absoluto de la madrugada todo se escucha con mucha nitidez, más aún para mí,
que dormía en el almacén de las harinas y latas de aceite de la panadería “Bethel”
que tenía mi mamá, cuya puerta externa da al final de la calle grande.
En mi alertada somnolencia escucho
que se detiene junto a mi puerta de calle y Bedoya lanza el silbido que nos identificábamos
siempre. Me levanto de la cama y salgo presuroso a decirle que en un momento
estaría listo para partir.
Impaciente el me pide que me apresure
diciéndome que ya va a amanecer...¡¡así que apúrate ya!!
Salgo de la casa jalando el burro
preparado para el viaje por el portón y medio asombrado él, con los ojos bien
abiertos, tras sus gruesos lentes de vidrio por la inesperada sorpresa que me observa dice:
-¿Qué? ¿En esa cosa vas a ir a la puna?
-¡Claro! No pude conseguir el caballo,
pero este burro es fuerte y que no tendrá ningún problema en trepar el camino
rio arriba porque me han dicho que siempre lo buscan para traer sacos de papas
de la puna de Ato.
Mientras Bedoya murmuraba su molestia
hasta podría decirse su espanto a mi atrevimiento de llevar a el burro como
cabalgadura, me puse a observar el tiempo levantando la vista hacia el
estrellado cielo para buscar en su exactitud la ubicación de la luna como
referencia horaria habitual, de, un practico control del cuadrante astronómico
nocturno de emergencia horaria serrana para ubicar a la luminosa luna, y, veo que esta, está,
en una esplendorosa plenitud de su máxima luminosidad en el medio del oscuro cielo
límpido y que es presagio para que cuando amanezca habrá un gran día soleado.
Le pregunto:
- ¿son las tres de la mañana no?
-Si she…He puesto mi despertador a esa hora.
Yo comencé dudar por la fuerza del
brillo de la luna y le dije:
Pues me parece que fueran, las doce de la
noche...
- No, son las tres de la mañana…Así que apúrate que se nos hace
tarde y con en ese burro de mierda…
- Vamos a llegar de día a la laguna
Entonces vamos, ya, le contesto, para
apaciguar su molestia.
Partimos y enrumbando por el camino a
la salida del San Cristóbal por el trayecto junto al rio arriba avanzábamos
trepando el ascenso lentamente, dejando la ciudad atrás, ahora acompañados por el
chillidos de los grillos y demás insectos que pueblan los ramales que bordean
el camino o a veces el murmullo de las aguas del rio, acompañantes ideales en
nuestros nocturnos andares que disfrutamos en la intimidad. Llegamos a la
Nueva Victoria, que en silencio absoluto duermen sus habitantes ahora solo roto por el
ladrido de los perros de alguna vivienda de típica construcción serrana que
bordea el camino, que no los vemos, pero nos reciben así gruñendo a rabiar cuando
nos sentían pasar o tambien él cantar perdido en la oscuridad de algún gallo
que seguramente despertamos y lanza apresurado su quiquiriquí que anuncia la
llegada del nuevo día a todos los que viven allí.
Seguíamos poco a poco por los
silenciosos parajes de nuestra caminata en la oscuridad de la noche fría,
recordando alguna ocurrencia o comentario sobre algo que podíamos observar bajo
la luz de la luna, que en contrastes oscuros y claros, que, las sombras de la
noche forman alrededor del camino y que de cierto modo infunden temor en
nuestro ser pero sabemos que callando nuestros miedos ambos son mucho mejor, para la tranquilidad
de nuestro viaje.
Pasamos Ñahuin y al cabo de un rato
de nuestro lento transitar los fríos de las soledades de las alturas nos recibe
con nuestras entumecidas piernas, más yo, en mi incomoda cabalgadura,
trotona, que no hago caso el constante golpeo de sus cortos pasos porque me
entusiasma que estemos, ya, por ahí.
Han transcurrido un poca más de dos horas de
cabalgar sin detenernos y comenzamos a sentir el frio helado, del aire que se
respira, que, arañan nuestras mejillas y raspan nuestras fosas nasales en cada respiración pero que es el indicativo de entrada, a la puna, además se puede observar ya que el
campo comenzaba a cambiar a el color amarillezco pálido poblado de pajonales y
plantas silvestres de las alturas.
Hecho una mirada al cielo y veo que
la luna parecía que no había avanzado nada en su recorrido celestial o talvez
un poco, yo lo veía que seguía casi igual en su posición en el oscuro
firmamento estrellado, lo poco, que había avanzado me comenzó a preocupar porque
no parecía que ya estemos cerca de un nuevo amanecer.
Y pregunto:
- Oe... ¿Estás seguro que hemos salido
a las tres de Corongo?
- Claro, las tres han sido she…
Me asegura con certeza embarazosa
para él, con sus vivarachos ojos tras los gruesos cristales de sus lentes,
aunque conociendo, lo pendeivis que era cuando se encontraba en una posición en
desventaja circunstancial, sabe el que yo ya comienzo a dudar de él.
- - Pero mira la luna…casi nada ha avanzado
No era la primera vez que iba a la
laguna de Pojoj, lo había hecho en varias oportunidades y me pareció que con
seguridad que no era la hora que Bedoya aseguraba ser y podía jurar, que no
había puesto bien la hora en su reloj despertador o no se puso los lentes a la
hora de programarlo para que timbre, y me fue un nuevo motivo para repreguntar:
- -¿Te pusiste tus lentes para mirar la hora en que ponías para
que despiertes?
Le Le pregunte porque yo dudaba de su certeza y lo fastidio, de pasada
también, porque usaba lentes de medida para corregir la eficiencia de sus ojos.
- - Claro que sí…
Me responde serio, ya el
Yo comencé a hacer mis cálculos de
todo lo recorrido, pues abrían pasado como dos horas de andar en el camino y
estábamos en la puna, pero, la luna seguía casi igual de luminosa y le digo:
- Sabes compadre, me parece que
recién son las 3:00 de la mañana, las lagunas deben estar allí, a una hora más o
menos de camino…
Le señalo la ubicación de ellas con
el dedo hacia donde se encuentran, arriba, en donde ya se comienzan a asomar la
faldas de las montañas que sustentan a las punas de Tuctubamba y tambien viendo
que la negrura de la noche perdura con fuerza y dudando de las horas que se
suponen sean decido hacer una parada, algo forzada o imprevista, para apearnos a
descansar en alguna pampita que encontremos y la hagamos propicia para
acurrucarnos por ahí y tratar de esquivar el frio del sereno de la noche que
muerde fuerte.
- - Compadre…
- - Vamos a apearnos para a hacer una parada y busca un lugar
para descansar un rato, pues creo que tú has venido a mi casa a las doce de la
noche le digo…
- - Mira la luna ha avanzado muy poco en el cielo, mira su luminosidad
sigue casi igual que cuando partimos y estoy seguro que deben ser recién las
tres de la mañana, observa, la paja de la puna que nos rodea…
-
- ¡Mira donde estamos
ya!
- Verdad no she, todavía está
bien oscura la noche y la luna sigue igual de fuerte, me responde
- Claro que sí…
- ¿Dónde desmontamos para descansar y hacer hora? digo mientras seguíamos avanzando…
- Mira allí hay una pampita bajemos y hagamos tiempo un rato, de paso
que soltamos las piernas un poco. Responde
- Si y ten cuidado cuando de bajes que la escopeta está cargada she…
- Si she, no se vaya a disparar y despertemos a los pajarracos...
Me contesta burlonamente.
Desmontamos y acomodando los animales
junto a nosotros mientras comentábamos lo oscura que estaba la noche por allí y
el frio que sentíamos en esos instantes y aprovecha para fastidiarme:
- - Mientras que nosotros nos encontramos temblando de frio por
estos lugares y tu costilla bien abrigadita en su cama soñando con otro… pero,
así es pe, cuando uno está templado ¡carajo! termina
Yo lo escuchaba sin darle pie para
sus sarcasmos y filosóficas recapacitaciones burlonas que a veces lo hacía para
risa nuestra…
De rato, en rato, miraba yo el cielo para
observar el firmamento manteniéndose en silencio, intuyo que se daba cuenta que
no era la hora que él, creía, había sido cuando partimos de Corongo.
Al cabo de un buen tiempo
transcurrido acurrucados abrigándonos como podíamos bajo nuestros fríos
ponchos, veo que la luna perdía ya la fuerza de su luminosidad por el avance
hecho en su recorrido en las inmensidades de las alturas andinas que van cambiando de tonalidades las lejanas sombras que deja la noche y para dar
paso al nuevo día.
Le digo:
- Bueno creo que es hora de partir la luna ya avanzó, tenemos el
suficiente tiempo para llegar cuando comience a aclarar a las lagunas, mira
arriba…
- Si… responde, forzando sus vivases ojos tras las lunas de sus lentes
al mirar al oscuro firmamento y certificar mi certeza.
Alistamos, el, su caballo y yo mi
burrito para reiniciar el viaje.
Él tenía la escopeta en la mano, siempre la llevábamos
como precaución y nos daba la seguridad en cualquier imprevista ocurrencia.
Pues sabido es que siempre se cuentan historias de pishtacos, buscadores de
grasa de humanos que dicen las llevan al extranjero para lubricar las máquinas
finas y cosas así, y nosotros no seriamos presa fácil de ellos.
Alistado todo, él, se dispone a subir su caballo agarrándose con una mano de la
montura y en la otra asía la escopeta, en, libertad de movimientos.
Pisa el estribo, monta el caballo, de
pronto el animal intempestivamente muestra nerviosismo como de un chúcaro
sorprendido con la subida a su lomo de un domador y comienza a girar, saltar, como un
bestializado animal en el mismo lugar en que se encontraba.
Bedoya desconcertado por la
violenta reacción de su caballo, trata de controlar a la bestia y al no poder
lograrlo comienza a gritar:
- ¡Agarra she…! ¡Agarra she…! ¡Agarra she el caballo! ¡Agarra la escopeta! ¡Que se disparar!
El inesperado comportamiento del animal me asusto
y sorprendido por esa violenta reacción del equino, yo, trato de huir de la
cercanía a ellos en que me encontraba, saltando como podía entre los pajonales
que cercaban el lugar libre, de nuestro descanso, para ponerme a buen recaudo
más bien pensando que me podía patear o envestir en su violencia desenfrenada e incontrolable, observando al mismo tiempo a Bedoya tratando de no caer, sujetándose con una mano
en la montura y con la otra la escopeta, que, en esos instantes se convertían
en un arma letal, peligrosamente descontrolada.
- - ¡Ten cuidado con la escopeta que está cargada!
Le gritaba desesperado un poco
alejado de ellos, al mismo tiempo que tambien escuchaba mis propias bullas retumbando
estos entre la cañada del rio, en el silencio de la soledad de la madrugada
oscura oyendo que eran repetidos por el eco de las montañas a modo de lúgubres
lamentos que se van perdiendo sin que nadie, las escuche.
- - ¡So, so, so, so!...
Es la única monosílaba expresión que
le escucho emitir con fuerza, como una única y última esperanza salvadora para salir de
los aprietos en que se encuentra Bedoya.
- - ¡Soooo! ¡Cálmate, cálmate por favor caballito! ¡Calma por
Dios!
Suplicaba ahora Bedoya
Pero el caballo seguía girando
bruscamente sin detenerse. Parecía como sujeto a su propio centro de sus
pisadas, corcoveaba, retozaba con furia, expulsando ahora con violencia los
aires de sus pulmones sin cesar.
Ahora tratando de botarlo a él para
huir de allí seguramente.
No sé cuánto tiempo han pasado pero
mi querido amigo veo que no se cae, asustado, pero resistiendo estoicamente la
furia del animal, hasta que por fin veo la bestia se fue tranquilizando lentamente
y termino por calmarse quedando quieto, pero con una violenta respiración de sus pulmones, aún.
Bedoya rápidamente desmonta y pone la
escopeta en el piso de grama de las alturas y asustado aun él que en silencio
lo contemplo yo, dice…
- - ¿Qué tiene este caballo?
- - ¿Por qué se habrá puesto así?
- Si es manso este animal, me dice
nervioso aun
- - No sé que puede haber pasado respondo, yo, sin tener ninguna
explicación que dar
Las tinieblas de la oscura noche tan
cerrada en esos instantes, en nuestro redor, me hace recordar que llevo una
linterna a pilas que hasta esos instantes había olvidado de su uso para la emergencia, sacándola de mis alforjas para encenderlo inmediatamente y alumbrar
las oscuridades en busca de alguna explicación razonable, si la hubiese para las
circunstancias vividas.
Pasado algunos segundos y en el
silencio vuelto a rodearnos en el accidentado reinicio de nuestro largo camino,
comencé a reaccionar después del tremendo susto pasado viniéndoseme a la mente algunos
relatos que me hicieron alguna vez, caminando a estas mismas horas, por, otros
parajes de la puna para el lado de Llapo, en busca de venados con Pablito Cuba
y otra persona mayor experimentada en estos andares, recordé que el, antes de emprender nuestras caminatas en
la madrugada, siempre hacia una ceremonia en su casa de Malambo, extendía su
poncho entre sus piernas y lanzaba al aire las hojas de coca para “ver” cómo
nos iría ese día y de paso decia espantar la mala suerte y las almas que deambulan
por allí…
Pensé dos veces antes de que me
animara a decirle a Bedoya de lo que había visto hacer al amigo mayor, para que
no se asustara y talvez me pidiera que abortáramos nuestro recorrido, pero me
anime y le dije…
- - He escuchado que a estas horas andan los malos espíritus
buscando almas…
El, en silencio me observa tras los
gruesos vidrios de sus lentes, preparándose a demostrarme que tales relatos no
lo asustaban y prosigo…
- - Seguro el caballo lo ha visto, dicen, que ellos ven a las
almas malas o seguro que uno nos ha estado siguiendo o nos ha encontrado y ha
estado buscando el momento propicio para que el caballo te bote y huya con tu
alma…
Bedoya me mira desconcertado y me
dice
- ¿Sera? She? ¿Debe ser no she?
- Porque…
¿Cómo se ha puesto el caballo no?...
- Si un poco más y no la cuentas, le digo.
Tranquilizados un poco y más calmado
del susto con el ánimo vuelto ya, me dice el:
- ¡Pero viste!
- ¡Soy un buen chalan
carajo! ¡No me caí! ¡Ni solté la
escopeta!
Claro que sí, que, en verdad a los
hechos era muy cierto y agregue.
- ¡Eres un buen chalan Bedoya!
¡Eres bien bravo de tumbar carajo!
En unos instantes mas, pasado el mal
rato emprendimos el camino con dirección a las lagunas.
Avanzando yo, en mi modesto burro y el
orgulloso jinete en su loco caballo, o, su salvador talvez, por no haberlo
tirado al suelo como el alma maligna hallada, lo, hubiese querido.
Llegamos a la bifurcación del camino
que sigue hacia Tuctubamba camino a Cabana y nosotros tomamos el que sube hacia
la izquierda al borde de la corriente que cae y descarga las aguas de las
lagunas, a medida que se asciende, este trecho que es estrecha y es casi vertical de
mucho esfuerzo para los caballos y si esta oscuro la madrugada o con neblina húmeda,
se tiene que tener mucho cuidado en subirlo porque sus bordes dan a precipicios
del rio que en este tramo baja en forma vertical y es muy peligroso, porque casi
siempre esta fangosa y resbalosa por la lluvia. Es preferible caminarlo cuando
esté llegando el alba para evitar los peligros que asechan en este tramo.
Ascendemos lentamente, Bedoya que va delante
mío ve en el camino un pequeño charco de agua de lluvia y lo pasa sin bordearlo
ni preocupación alguna pues sabido es, que, en la puna casi todo charco en medio
del camino es un poso fangoso traicionero y eso mismo le está por suceder a
Bedoyita, siente que de un momento a otro que su caballo pierde el paso y se
hunde en el fango… ¡Despareciendo las patas del animal hasta la panza! y
¡Quedando el con los estribos al mismo nivel del camino!
Muy asustado por lo que nuevamente le
sucede corre a un lado y grita:
- ¡She el caballo se hunde! ¡Ayúdame a sacarlo antes que desaparezca!
Desmonte rápidamente del burro y fui
corriendo en ayuda de él, tras, unos jaloneos, logramos liberar al animal del
fango no sin antes advertirle que no debe confiarse en los pequeños charcos que
encuentre, pues le pueden dar otra sorpresa.
Y emprendimos nuevamente nuestro
camino.
Había amanecido, ya, cuando
terminábamos de coronar la subida y al llegar a la explanada le dije que
habíamos llegado y el muy entusiasmado por el momento, observaba
la hondonada de las lagunas con alegría, teniendo que calmarlo en su algarabía y
le digo:
- - ¡Mira la laguna chiquita del que habla Cubita está allí! ¡Y
no hagas bulla sheee…!
- - ¡Primero vamos a probar ahí!
La laguna chica que está al lado
derecho del camino de entrada, es pequeña y de fondo oscuro.
Luciendo, esta, como una lagunita
negra sin importancia para pescar, pero por el dato dado por Cubita y que casi
nadie sabe que allí tambien hay buenas truchas que su fondo oscuro no los
delata, así que vamos para ahi..
- Pero ya sabes que no debemos hacer bulla cuando
lleguemos al borde porque las truchas de ahí se asustan al menor ruido y se
esconden y no pican, tenemos que acercarnos en silencio, así que, dejemos los
animales aquí en la entrada y llevemos lo necesario nada más para allí.
Para mí, era la primera vez que probaría
suerte en esta laguna pequeña de fondo oscuro, ubicado al pie de las lagunas
grandes, tal como me lo describió Cubita.
Dejamos los animales en medio de los
pajonales y avanzamos en su dirección, cuando de un momento a otro observo a
Bedoya caminar más pausado de lo que siempre lo hace y a comenzar a quejarse a
cada paso que avanzaba, le pregunto lo que le sucedía y me comenta que repentinamente
le ha venido un intenso dolor de cabeza y de barriga.
No habría duda le había dado el
soroche, o mal de altura y me dice:
- - No aguanto shee el dolor de cabeza y barriga, me, siento morir…
Yo, ya, estaba cerca del borde de la
laguna que da al pie de la falda de la montaña a donde le dije que nos dirigiríamos
buscando un sitio seguro para ubicarnos, tuve que regresar por él, que se
había retrasado a ayudarlo a llegar a nuestra ubicación de pesca y sentarlo un
momento allí mientras me iba en busca de una manta que tenía el, en su estribo
y tambien traer el termo de la infusión caliente, darle y esperar que sea el
remedio, que le calme sus dolores.
- - Bien toma un poco de agua de panizara del termo, abrígate y
descansa en la manta, mientras yo alisto el cordel y los anzuelos para ponerle
la lombriz y comenzar a pescar…
- - ¿Qué hora será?... Me
pregunta.
- - Seis de la mañana le dije, espero que piquen para poder
partir al medio día y ojalá no llueva, porque mira como se está negro
el horizonte.
El viento helado del inicio del día,
sopla con bastante fuerza, a ratos dejándose oír en sus constantes silbidos
fríos el toque de quenas tristes del que buscando anduvo, pienso, su ganado perdido alguna vez.
Mientras tanto, yo, que tantas veces
anduve por las frías punas, alisto, mis instrumentos de pesca, pinchando las
robustas lombrices que vivos saco aun de mi tarro de Nescafe a todo su largo en
mis anzuelos, que una vez listo, decido lanzarlos ya al agua comenzando a girar
la punta de la línea encima de mi cabeza como una huaraca en movimiento
horizontal y por la fuerza centrífuga resultante de los pesos de los plomos
adheridos al cordel, esta, saldrá disparada de acuerdo a los pesos de ellas velozmente hacia
donde la dirija, a, unos cincuenta metros en la laguna.
Modestia aparte era un experto en esos
quehaceres que me enseñó a hacerlos mi amigo Rubén Olivera, con quien experimenté mis
primeros andares de pesca. Luego me puse al costado de Bedoya que se encontraba
echado, bien tapado por su poncho y que seguía quejando mucho, por el malestar
que sufría.
Me senté y me puse a
esperar contemplando los leves ondeares de las aguas de la laguna originados por
los vientos que las recorren y entre mis miradas tambien observaba a una pareja de
patos silvestres, nadar libremente desprevenidas en el medio de la laguna.
¿Cuánto tiempo? No sé ¿Cuánto frio? No
es relevante ahí en esos momentos, donde la adrenalina se dispara en nuestro
organismo y mientras nuestras manos que sujetan el cordel se vuelven más sensibles de lo
normal para detectar el más leve tirón que se sienta en ella, cuando, alguna
trucha voraz la haya encontrado en el fondo del agua fría. Pues muchas veces
estas pueden estar tanteándolas si en si se las pueden comer seguramente, antes
de devorarlas.
Repito, se disfruta del momento que
se estás pasando no importa ni el frio helado que muerda tus mejillas, ni los
tiempos que pasen, ni por último llueva.
Solo esperas pacientemente todo el
tiempo posible para hallar tu recompensa.
Cuanto tiempo habrá pasado en esa
silenciosa posición, acurrucado, para esquivar el duro frio, no sé. En tanto que
Bedoya que de rato en rato se quejaba de sus
dolores, yo, había pasado el cordel por encima de, el, sin preocupación.
Cuando
de pronto siento pequeños tirones en el nylon que fueron aumentando, como, probando la trucha que lo hallo seguramente si era comestible, poniéndome en alerta máxima
yo, asegurando en mis manos el cordel, que, repentinamente se tiempla y las
partes que se hondearon en el agua se comienza a poner recta hasta llegar en el
otro extremo más distante de mi, con más fuerza, viendo luego saltar fuera del
agua un hermoso ejemplar de una trucha grande prendido en la punta del cordel,
que luchaba por desprenderse seguramente de la trampa en que había caído, me
paro rápidamente para estar en una mejor posición de resistencia ante el
repentino embate de la fiera atrapada y
comienzo a gritar de alegría y a sostener con fuerza el cordel, para
irlo jalando de a pocos sin hacerle mucha fuerza e ir acercándolo a la
orilla de la laguna, tal como me lo habían enseñado Pablito Cuba y Rubén
Olivera.
Bedoya también había sentido los
tirones y mis rápidos movimientos de alerta en que entre y ¡Oh maravilla! ¡Se levantó como un resorte! Gritando de
alegría:
- - ¡Jala she!!! ¡Jala she!!! ¡Jala she!!! ¡Que no se escape mira que belleza de
animal! ¡Carajo! ¡Como salta!!!
- - ¡Jala! ¡Jala…!
La bulla que hacíamos de emoción y alegría
los dos se amplificaba en el silencio frio y desolado de las inmensidades de la
puna, solo roto de rato en rato por el silbido del viento o el repentino vuelo
de las guachguas que cerca de la laguna escarbaban las gramas con sus duros
picos en busca de sus alimentos y que los espantamos violentamente, apresurándose
estas, a agitar sus agiles alas como turbinas aéreas para sustentarse en los
aires y huir velozmente de allí.
- - ¡Nunca había visto una tan grande she! ¡Mira como salta en el
agua! ¡Jala con cuidado!
Me recomienda...Bedoya.
Yo jalaba el cordel con algo de
temor, esperando que pueda guiar bien al pez con dirección a mi orilla. esperando
que no se vaya a soltar de los anzuelos, en tanto la trucha luchaba por desprenderse dando saltos cada vez más violentos que formaban en el agua inmensos remolinos cuando esta se volvía a introducir cuyas ondas circulares se expandían dese su
centro acuático. Yo seguía firme en mi propósito de sacarlo fuera del agua.
Y
así fuimos luchando los dos, ella, por salvar su vida y yo por ganar mi primera
trucha pescada en una fría laguna de la puna coronguina.
Hasta que al cabo de un no, se,
cuanto tiempo poco a poco la fui venciendo y lo iba acercando como rendida y
cansada ya de tanto pelear por su vida Bedoya me dice...
- - ¡Que no se suelte! ¡Que no se suelte she! ¡Mira que ya está cerca!
A si era, cada vez lo acercaba más a
la orilla, pero la trucha aun a ratos intentaba soltarse de su enganche en el
anzuelo. Bedoya, se fue al encuentro de ella, llego al borde de la laguna que
allí donde iba a sacarla en la orilla, era un poco inclinada.
Logro sacarlo fuera
del agua arrastrándolo unos tres metros más o menos ayudado por ella misma que se
ondeaba y coleteaba con furia aun, seguramente sabiéndose fuera de su habitad.
Cuando
dada nuestra confianza que ya la teníamos afuera sucede un hecho inesperado: La
trucha se desprende del anzuelo y ayudado por los movimientos de su cola
comienza a resbalar directo de vuelta al agua.
- - ¡Se soltó she! ¡Se
soltó she!
Gritaba Bedoya, y, de un salto felino
logra atraparlo, pero como la piel húmeda y resbalosa de la trucha y sus fuertes esfuerzos de librarse de su captor, en un movimiento astuto de él, puso su
poncho como ayuda para sostenerlo, antes que vuelva al agua…
- - ¡Puta mare casi lo perdemos!
Subió corriendo con su presa, que
no dejaba de dar movimientos bruscos, hasta un lugar seguro entre los pajonales,
lejos del agua.
La trucha seguía luchando por su
vida, Bedoya lo tenía aprisionado aun con su poncho, sujetado contra el suelo, hasta que desfalleció y
quedo totalmente quieta.
Volví a poner lombriz a mis anzuelos
para ir por mas entusiasmado por lo logrado y seguir pescando, pero, pasaría
una hora y no volví a sentir los tirones en el cordel nunca mas.
Tenían razón Cubita, cuando me dijo
que no se debía hacer bulla en esa laguna si quería tener éxito de pesca. Nuestra
alegría por la primera presa que habíamos obtenido había sido tanto, que seguro
siguen escondidas las truchas en el fondo de la laguna hoy, aun.
Calculé que debía ser medio día, ya,
pues el ambiente nublado y oscuro se comenzaba a mostrar hostil para nosotros y
decidimos que era momento de ensillar los animales para retornar a casa, porque, las neblinas bajas y oscuras que comenzaban a rodear las colinas cercanas a nosotros, así nos lo indicaban para abandonar el lugar, ya.
Alistamos nuestras bestias y
comenzamos a bajar por el camino que comienza en la desembocadura de la laguna
que da forma a el rio Corrongo.
Contentos de nuestra faena lograda
bajábamos a paso lento de nuestras acémilas. Llegando nuevamente a Ñahuin, la
Nueva Victoria y al pasar por esos lugares comenzamos a sentir otra vez el
calor de la civilización, que abrigan un poco nuestros fríos cuerpos,
vuelto de las alturas nuevamente.
Al llegar a la zona de Tauribamba en
la lentitud parsimoniosa de nuestros andares, se me ocurre una idea, un poco
atrevida u osada o talvez malévola. Llevarme yo solo la trucha.
Voy tramando, a paso de mi burrito que sería mi cómplice perfecto para desaparecer del camino apenas se descuide Bedoya,
pero por supuesto que con la trucha que yo lo llevaba en las alforjas, pues, en
todo el trayecto del atardecer de nuestra vuelta yo iba un poco aburrido tras
de él, y era momento de ponerle acción mi huida, para romper la monotonía de, él, tambien.
Pero ¿Cómo hago para escapar de
Bedoya?, avanzaba pensando tras el que a veces me llevaba una ventaja de unos
30 o 40 metros, adelante.
Comencé a idear la manera de desprenderme de
mi amigo y analice las posibilidades que tenía, Bedoya está en su caballo a
pesar que yo voy tras el, si yo, hago, correr a mi burro en algún desvió del
camino, él, en un solo pique de su caballo me va a alcanzar rápidamente.
Entonces
¿Cómo desaparezco del camino? Me preguntaba.
Iba pensando así y para remate, me acuerdo que
él lleva la escopeta en su hombro, detalle que complicaba más aun el problema.
Seguimos avanzando hasta que me
decidí poner mi plan en acción y lo primero que hago es pedirle la escopeta que
lo llevaba, diciéndole:
- - She…Pásame la escopeta que por aquí en Tauribamba siempre
salen conejos de sus madrigueras, no vaya a ser que encontremos uno y tú, no
tienes muy buena puntería para cazar.
- - Verdad she, tómala, no vaya a ser como la vez pasada que se
me escapo una y tu estuviste renegando…
Me dice, yo sonreía en silencio.
Resuelto este problema y asiéndome como que he divisado un conejo por los bordes del camino, detengo mi burro para
tantearlo si se descuidaba un poco de la vista de mí.
Debía esperar la oportunidad con
paciencia, e iba estudiando disimuladamente los lugares al borde del rio, que en
esta zona está casi a nivel del camino y en algunas partes hay estrechas
entradas entre los ramales, a ella.
Hasta que me llego la oportunidad de desaparecer
de la vista de mi amigo, que, confiado avanzaba él a una distancia prudente adelante
de mí, y no le prestaba atención a mi retraso provocado adrede, en el
camino, a unos metros de él, para poner en acción mi huida, que ya lo tenía
decidido, que sería hacia el rio, entre los matorrales, que lo bordean.
¡Ya está!... Allí en el camino, veo que
hay un pequeño desvío entre los matorrales que baja al rio.
No lo pensé dos veces, en, un
descuido de mi querido amigo, que seguro ni se imaginaba que le estaba por
hacer, forcé al burrito a correr dándole de taconazos, todos los que pude, que
al menos el fiel animal entendió bien la orden y acelero el paso convirtiéndose
en mi cómplice perfecto de mi violenta huida.
Me interne hacia el rio introduciéndome entre
los matorrales para cuando Bedoya se dio cuenta, yo, ya no estaba a su vista, encontrando un lugar bajo junto al rio tupido de matorrales e inclusive lo veía
a él desde esa ubicación, que había vuelto por mi y me buscaba inquietamente sobre su caballo y al cabo de unos segundos lo
escucho gritar:
-
Oye sheee… ¿Dónde te has metido?
Y al ver que no le respondo vuelve a
gritar:
- ¡Ya te vi cojudo! ¡Ya sabía que me harías esto carajo!
- ¡Sabiendo lo pendejo que eres huevón!
- ¡Pero ya te vi!
- ¡Ya sé dónde te has escondido pendejo!
- ¡Así que anda saliendo nomás huevónazo!
Yo, estaba quieto, inmóvil pensando
que verdaderamente me había encontrado e inclusive estuve a punto de salir de
mi escondite con mi inocente burrito que seguramente le era indiferente los
líos en que estaba inmerso, debajo de los matorrales.
¿Cuánto tiempo?
No sé si diez o quince minutos hasta
que no escuché más los reclamos de mi querido amigo que seguro cansado de no
hallarme se fue.
Me animé a salir de mi escondite
cuidadosamente, mirando hacia arriba del camino, lentamente, por si acaso este
Bedoya escondido por allí, esperándome en algún recodo, comencé, a caminar despacio
y en vista que se había ido apresuré el paso hasta Corongo.
Llegué a eso de las cuatro de la
tarde a casa le comenté a mi madre las ocurrencias del viaje, entregándole la
trucha pescada, en nuestra larga aventura.
Entrada la noche en la hora de la
cena, es con seguridad que mi madre me servirá la trucha frita con
ensalada.
Yo, tratare de excusarme con ella, por
no devorármela.
¡No me gusta las truchas!
Tampoco le comentare que no le di su
parte a mi amigo, porque de seguro que a ella no lo hubiera agradado mi
acción.
El lunes de colegio y a primera hora,
tendré que estar preparado, para soportar todas las recriminaciones de Bedoya
que me hará y seguramente jurara no volver a andar más conmigo, lejos de
Corongo.
En fin, veré si cumple lo jurado, cuando, lo vuelva a inquietar para irnos un nuevo fin de semana a pescar.
Tambien sé que esta será, otro día
más de las inquietudes de nuestra adolescencia, que para recompensar el daño
causado prometeré que en la próxima aventura que hagamos todo lo obtenido será,
para él.
Nota de Redacción. -Octubre 09 2021 -
1er Festival Ecoturístico a lagunas de Pojoj.
Organizado por la Asociación de
Turismo de Corongo.
Esperamos estar ahí para rememorar
nuestras correrías, allí.
Han pasado cincuenta años o medio
siglo ya de esa fatídica fecha, hoy, que para muchos de los ancashinos de
aquellos tiempos seguramente en juventud o adolescencia recuerdan con tristeza, aquel hecho telúrico en el suceso del inicio de sus vidas, que cambiaron para
siempre la historia de ellas.
Recuerdo aun, que en el amanecer de
ese día me despertaron los crujidos de la puerta de madera, golpeada por las
corrientes de unos aires inusuales para la época estacional que recorrían la
calle grande en el final de ella, que seguramente la encontraban como un
obstáculo ahí para proseguir su recorrido que era a la vez la puerta de mi
dormitorio, en la esquina que se ubica en el final de ella y el inicio de la
calle más angosta que sube hacia el camino para Ñahuin, en el barrio del San Cristobal.
Estos extraños acontecimientos en el
amanecer de ese domingo, que era un domingo nada común como los otros domingos
del calendario anual de nuestra joven vida,
pues la llegada de ese domingo era el inicio de un nuevo un día
esperado por la mayoría de los peruanos de aquel entonces que vivían ya con
anticipación el debut del equipo de futbol peruano, que el año anterior había
clasificado a un mundial en muchos años de no saber participar en estos
campeonatos de universales fiestas deportivas de futbol, con gran calidad
futbolística de sus integrantes cuya generación de deportistas marco un antes
y un después de ellos en el Perú para ese deporte, como un AC y DC de la era
cristiana que nos rige a los habitantes del mundo occidental para marcar así,
hechos históricos del desarrollo de la humanidad más resaltantes sucedidos.
Ese nuevo campeonato mundial de futbol que ya se comenzaba a jugar en el país azteca
de México y en la ciudad de Nuevo León, como cede del debut del Perú, unos días después.
Domingo 31 de mayo 70…
Al promediar el medio día, la concurrida
plaza de armas coronguina se encuentra como un acostumbrado día dominical de
las pequeñas urbes provincianas, de una misa en la mañana en la iglesia del
pueblo, un mercado abastecido de los productos alimenticios recién llegados
desde las huertas aledañas o desde la costa, como Chimbote, con productos y
frutas que producen en esas zonas, además de los pescados frescos, que muchos
pobladores coronguinos seguramente hicieron sus pedidos con anticipación a la
casera, que las trae cada fin de semana para ser entregados en las mañanas
dominicales con tiempo para ser preparados en sus cocinas para el almuerzo.
Los jóvenes estudiantes buscamos
también ser partícipes de las mañana dominicales, saliendo de casa para la
plaza y ubicarnos en alguna de las bancas favoritas para nuestras tertulias
domingueras y de paso en observancia de las gentes que transitan en ella, talvez de
algún visitante extraño que llegado o esperando disimuladamente también ver si se puede en algún
momento pasar a la jovencita que vigilamos sigilosamente desde allí, lejos, de
la vigilancia de sus padres y que ya, sabemos que lo hará en alguna de las
direcciones de las calles que es la rutina de sus andares dominicales que le descubrimos, ya, en busca del mandado hecho en casa y que aun ella,
no sabe, que, en nosotros despertó ansiedades de llegar a ella para ver si en
algún momento logramos ganarnos sus cariñosas atenciones.
Entusiasmados nos encontramos allí,
alrededor de una banca junto con nuestro profesor de inglés Cesar Talledo,
escuchando en la pequeña radio a transistores de onda corta que posee los
comentarios que se hacían en los programas deportivos limeños que lográbamos
captar en aquella mañana, con bastante nitidez y que giraban estas totalmente alrededor
del debut del inicio de futbol mundial con el primer encuentro a cargo de el equipo anfitrión México y de el otro lado Rusia a escenificarse en el Monumental Azteca.
Mientras tanto la mañana se mostraba
algo agitado en su comportamiento natural diario de la estación, pues había un
inusitado viento recorriendo la ciudad que a veces levantaba polvo, por ahí, en,
los pequeños remolinos que se formaban llamando la atención de el profe Talledo, un personaje de treintañera edad más o menos, según recuerdo y por lo vivido ya
se anima a hacer un comentario no deportivo del momento y dice:
-
Creo que va a ver temblor…
La mayoría de los allí presentes ni
se dieron cuenta de lo dicho por el profe, que pasó desapercibido seguramente aquel
comentario para ellos, pero que para mí no fue así, porque, al instante
recuerdo yo los golpes del fuerte aire de aquella madrugada, contra la puerta
de mi dormitorio al final de la calle grande, como ya lo narré lineas arriba.
El incidente de esa mañana, quedo
allí, y como es costumbre en el inicio de los veranos andinos de tardes
soleadas de mayo, los retos deportivos de la juventud hechas de boca quedaban
pactadas con anticipación para ser definidas en las tardes dominicales después del almuerzo en Cochapampa, hermoso
campo deportivo coronguino, único en tota la región ancashina, que nunca pierde
el verdor de sus alfombras naturales de la grama andina llamada picuyo, tan resistente para nuestro campo de futbol y muy dañina e invasora de los terrenos de cultivo agrícolas que siempre
tienen que cuidarse a no dejarlo que les llegue y avance allí, malogrando los sembríos o espacios agrícolas.
Llegamos a Cochapampa a eso de las
tres de la tarde junto a Calolo Ramirez, mi inseparable amigo de barrio,
montados en la bicicleta Monark roja que teníamos y una vez descendidos de ella,
me pongo a saludar a los que allí que se encontraban ya arrecostados algunos en
el gras además de los muchachos y muchachas llegados también que charlaban o
jugaban con algún balón suelto por ahí, mientras tanto Calolo aprovecha para
darse vueltas en la bici e ir en busca de entregar los encargos de saludos
enamoradores para la adolescente que allí se encuentra también y que no perdemos
las esperanzas de llegar a conquistarla en algún momento que nos lo permita.
3.15 pm. de la tarde…
Una vez vestidos con nuestra
pantaloneta corta acostumbrada y calzado los chimpunes “Olimpicos” de moda que
según el periodista Pocho Rospliguiosi de “Ovación” el programa deportivo más
sintonizado del Perú de aquel entonces irradiado por radio el Sol de Lima,
calzaban los jugadores de la selección peruana en el mundial de Mexico 70, chimpunes que
gentilmente nos regaló Papá, comenzamos a escoger a los jugadores para nuestro
equipo con los que querían ser participantes del reto futbolero a disputar nosotros en
ese instante, despreocupados, como siempre lo hacíamos allí, todos juntos, cuando de un momento a otro en un raro ruido fuerte llegado en los aires y de paso el piso de gras del
Cochapampa comenzó a temblar, a, moverse cada vez con más violencia, junto al gran ruido sordo y profundo salidos y llegados a nosotros de las mismas
entrañas de las montaña perpetuas, si, de esas montañas que siempre
contemplábamos en cada día de nuestras vidas, en nuestros diarios amaneceres,
que nos enorgullecían sus verdores de sus cubiertas naturales, de, tenerlos
siempre ahí, estáticos, fijos siempre en los horizontes de nuestras miradas cotidianas,
y que ahora, este raro momento llegado los contemplábamos balancearse como barcos
en gigantescas olas de un agitado de mar, como, simples e insignificantes
objetos ondeantes de una desatada tormenta marina con inusitada violencia que
hasta el helado y perpetuo nevado del Champara, la belleza resaltante del
paisaje coronguino, ahora, es un insignificante objeto zarandeado, para ella.
Todos los presentes, muy asustados dirigíamos nuestras vistas
instintivamente a mirar a las ciudad desde allí, algunas de nuestras
jóvenes amistades se arrodillaban pidiendo clemencia, pidiendo misericordia a
Dios por esa furia desatada de la naturaleza, otros, impávidos paralizados
asustados, como yo solo contemplando el horizonte agitado y rogando a que
termine ya de moverse la tierra en nuestros pies, que nos hacía saltar una y
otra vez, de pronto mirar cómo van apareciendo rajaduras en el gras, luego ver
salir por ahí cerca de nosotros filtraciones y pequeños chorros de agua hacia
arriba, como un geiser fantasmal brotando del gras mezclado de arena fina, en otros lugares hallar bolsones de gras con agua debajo de ello, formados bajo
su alfombra verde que lo sentíamos hundir por nuestro peso al pasar por ellas,
cuando huíamos de allí en busca de la ciudad una vez paralizado el movimiento
telúrico.
Terminado el temblor a los pocos
tiempos de la naciente calma implorada y concedida por dios y todos los santos
llamados e implorados por todos los presentes allí, el cielo de todo el
horizonte de la urbe coronguina, fue invadido de una inusitada nube de polvo gris
surgidos seguramente de las tierras movidas y soltadas de las casas, cuyas
paredes de adobes habían danzado, como danzas diabólicas inducidas por extraños
poderes sobrenaturales, llegados repentinamente.
Todos los allí presentes en el campo
del Cochapampa, comenzamos a correr y volver apresuradamente a la ciudad, yo monte la bicicleta junto a Calolo y emprendimos la vuelta a la ciudad y mis
pedaleos ahora sobre ella, eran como nunca lo había hecho antes en busca de
las calles que nos conduzcan a nuestras respectivas casas y averiguar de la
suerte de los nuestros que allí quedaron cuando salimos. En el trayecto descubrimos
que nuestras acostumbradas calles ya no eran las que hacía unos pocos tiempos
atrás habíamos dejado, tuvimos que sortear caídas rumas de tejas rotas, adobes
caidos de algunas paredes derrumbadas, maderos de las cornisas de las casas por
ahí caídos también y mucho llanto desesperado y sufridos lamentos de las gentes
por doquier, en sus puertas, asustados en extremo máximo por lo sucedido.
Llegué a casa y en ella no encontré a
nadie, salí nuevamente ya en desesperación y para suerte de mis enervados
nervios veo a mi madre con mi hermana y hermanito niño aun volviendo del rio,
allí les había agarrado el temblor cuando por bendición de dios se iban a
visitar a alguna amistad en aquella tarde.
Calolo, por su parte también
verifico que su familia se encontraba bien y salió nuevamente en mi busca y me
pide que nos dirijamos hacia la plaza, para averiguar de la gente mayor, si ya se sabían de algunas de noticias de lo sucedido. Lo que encontramos, allí también era una imprevista tarde de llanto y lamentos de las gentes, principalmente de
las señoras y niños asustados.
Por otro lado pudimos observar a
algunos de los concurrentes mayores que allí se encuentran, manipulaban sus
radios a pilas tratando de sintonizarlas en las radios más potentes de la onda
corta del Perú que se pudiera captar en aquel entonces, para poder escuchar las
noticias que se pudieran irradiar desde la capital de la república.
Lograda la sintonización de la radio
buscada, estas informaban que desconocían aun el epicentro de la hecatombe,
creían que Lima había sido el centro telúrico de lo sucedido.
A medida que fue avanzando la tarde
se fueron enterando que nuestro departamento de Ancash, la situación pos
temblor era mucho más grave, que la vivida en la ciudad capital.
Comenzaron a fluir masivamente
noticias que daban cuenta con más horror que eran mucho más grave de lo que se
pensaba allí.
En nuestro departamento ya había sido
localizado como el epicentro del suceso telúrico y que esta había sido de 9.8
grados en la escala de Richter, un sismo bastante grave, que tambien había
hecho temblar a casi las dos terceras parte de los países de nuestro continente
sudamericano de esta parte del Pacifico.
Entrada la noche, ya se escuchaban
las noticias en las radios que daban cuenta de la desaparición de la bella
ciudad de Yungay por un aluvión bajado de las faldas del nevado Huascarán.
Yo en algunos años antes tuve la suerte
de estar en sus calles, en su mercado, en su plaza y que ahora al parecer ya
nunca más estarían. Me comencé a imaginar aun que no era cierto lo que se decía,
no se puede destruir una ciudad medianamente poblada tan fácilmente. Creia.
Entro la noche, la gente estaba muy asustada por doquier en
Corongo, esa aquella primera oscuridad natural llegada, fue diferente para
todos, se armo toldos en los lugares abiertos de sus casas con todo lo que se
podía tener a la mano para ello, se armó improvisados lechos y camas para pernoctar
en ellas, porque, las réplicas del
movimiento telúrico eran muy fuertes y se repetían constantemente, previa
llegada de un fuerte ruido y rugidos de en las profundidades de la tierra y
replicados esos ruidos en los aires que llegaban a nuestros oídos como mensajes de la muerte que atemorizaban de
sobremanera a todos los seres vivos allí encontrados, incluidos las mascotas de
casa, que lanzaban sus aullidos también, llenos de espanto.
Todo a partir de ese día cambia para
siempre en las ciudades ancashinas, Corongo, quedo totalmente aislado en los
primeros días o semanas posteriores al fatal sismo. Todo olía, todo se presentía,
todo se sentía a muerte en nuestros alrededores a medida que las noticias
llegaban a nuestros oídos.
Con Calolo siempre hacíamos
recorridos por la carretera rumbo al Mirador, cuando se nos ocurría hacerlo en
la bicicleta nuestra, como una manera de matar el rato.
Al segundo o tercer día de la hecatombe,
le sugiero que nos vayamos al Mirador a ver que sucedía más allá de nosotros,
en las profundidades lejanas de los andes, pues las oscuridades casi
invernales ocasionadas por las nubes de polvos en los aires nos atemorizaban
salir aún más lejos de la ciudad
Cogimos la bicicleta y nos dirigimos
al Mirador. Lo que encontramos o mejor dicho lo que no encontramos más visibles
que nunca fueron esas buscadas profundidades por nuestras vistas, porque estas habían desaparecido y se encontraban ocultas, bajo oscuros polvos
acumulados en sus aires por los derrumbes ocasionados de las montañas como
hacia La Pampa, hacia el Callejón de Huaylas, no se veía más esas cañadas y
quebradas formadas por las montañas ancashinas.
Estas duraron varios días en
despejarse.
A la semana del 31 de Mayo fatal,
comenzaron a llegar los primeros helicópteros a Corongo, que para los que
estábamos ahí, eran como unas esperanzas de alientos de vidas caídas del cielo.
Estas aterrizaban en Cochapampa, a
donde corrían algunos de nuestros amigos en tropel a curiosear esos raros
artefactos mecánicos voladores.
Calolo y yo les ganábamos a todos,
porque siempre íbamos en bicicleta los dos para allí.
La plaza de Corongo una vez llegado
la oscuridad se convirtió en el centro nocturno juvenil de total libertad para
poder disfrutar de los amores escondidos que vivíamos en esa nuestra
adolescencia, sin más luces que las linternas a pilas de los que las podían
tener, caminando de la mano de ella entrelazados bajos nuestros ponchos como
estratégicos protectores del frio y de nuestros mutuos amores. Que no
olvidamos.
Los mayores salían tambien en busca
de informaciones y consuelos por noticias recibidas en las radios que
comenzaron a usarse como mensajeros por los familiares lejanos, que se
encontraban fuera de allí, por diversos motivos.
Aunque muchos tambien salían para un
encuentro marginal de amores con mucha mayor facilidad.
El aislamiento total coronguino duró unos largos meses, solo se podía entrar o salir por medio de los helicópteros
que llegaban con ropas donadas del extranjero o víveres y medicinas que
escaseaban.
Las carreteras derrumbadas tardaron
más de un año en ser rehabilitadas.
El ferrocarril del Santa quedo
totalmente destruido por el terremoto y después también, aun mas, por el aluvión
bajado desde el Huascarán en el cauce del rio Santa hasta Chimbote.
Yo, termine la secundaria ese año y
en enero de año 1,971 enrumbe hacia la ciudad de Lima, en busca de los
estudios que deseaba seguir y al encuentro con mi padre Francisco Nieves Rodríguez,
que ya trabajaba en el poder judicial en la capital en la sede del Palacio de Justicia.
Cuando salí de Corongo, lo tuve que
hacer a pie hasta Yanac, esperar algún ómnibus de pasajeros que bajase de
Sihuas y que me traslade por el Callejón de Huaylas hasta Huaraz, la única ruta
posible de tránsito a la costa.
Lo que viví en ese viaje recorriendo
el Callejón de Huaylas, casi un año después del terremoto, fue atroz.
Yo conocía el callejón de Huaylas
desde años antes del terremoto, inclusive viví y estudié el primero de media en
el internado del colegio Dos de Mayo de Caraz, en el año 1,965.
Mi encuentro con esta nueva realidad
del Callejón de Huaylas, me marcó de sobre manera en mi vida posterior, fue
triste observar esas bellas ciudades desbastadas por el terremoto.
En Caraz la carretera pasa junto al
cementerio, cuyos pabellones de difuntos estaban destruidos, con, los cajones
de los muertos expuesto al aire libre, mostrando los despojos mortales de los
difuntos al aire libre.
Pasar Yungay Hermosura era de difícil
comprensión para mí, de entender de lo que es capaz de hacer la naturaleza con
una ciudad si esta, está bajo sus bellas montañas peligrosas, ya no quedaba
nada de ella, solo el cementerio estático allí en lo alto de una pequeña
formación rocosa, erguida en medio de la nada ya seguramente estuvo resistiendo
firme para que quede allí de los embates del violento del aluvión llegado desde
las alturas del Huascarán.
Santo refugio de los pocos yungainos
que llegaron hasta ahí, en busca de su amparo por sus vidas.
En fin, todo lo demás ya es ahora
solo un recuerdo del pasado.
Hacen cincuenta años de los trágicas
y fatídicas horas que vivimos un 31 de mayo de 1,970, cuando nosotros jóvenes
aun la naturaleza nos mostrarnos su violencia destructiva que quedo gravado
para siempre en nosotros.
Fotografias: https://www.facebook.com/corongoancash/
Había transcurrido varias horas
de guardia, asignada, al pelotón de la SOES, de la Comisaria de Alcázar del
Rímac en un Operativo de Bloqueo y Saturación en la entrada de la Av. 9 de octubre hacia la
Plaza de Acho en control de vehículos de lunas polarizadas tareas asignadas con
frecuencia por aquel entonces al personal policial, cuando al promediar la
seis de la tarde sin mayores novedades resaltantes que informar a la
superioridad de esa labor de aquel día y según él, esperaba que esta acabase en
tranquilidad.
De un momento a otro ve asomarse por la avenida que
baja del límite con el distrito de San Juan de Lurigancho a un automóvil grande,
de oscuras lunas polarizadas de esos que son usadas principalmente por gentes
de un alto nivel económico, que lo alerta y silbato en boca, el Sargento 2do.
de guardia allí hace un enérgico uso de ella y ordena detenerse con la mano, al
movilizado, apoyado en la retaguardia de él por su Brigadier Superior al
mando, bien apertrechado con el armamento apropiado en las manos y muy en
alerta, pues eran los tiempos difíciles y violentos de terrorismo de los años
1,989. Años también del pleno desarrollo de la lucha antisubversiva de aquellos
tiempos a cargo de nuestras fuerzas armadas y policiales, cuando un violento
frenado algo aparatoso, detiene al vehículo y se acerca, él con las
debidas precauciones policiales defensivas en ese tipo de intervenciones,
viendo a medida de que se aproximaba al automóvil bajarse lentamente la luna
polarizada del lado del chofer, no totalmente, a una media altura nada más,
como, para dejarse ver algo de la cara del que maneja logrando reconocer de
improvisto a una conocida figura al
volante cuyo conductor que sin antes de haber terminado el saludo de cortesía
por parte de él, escucha, un enérgico reclamo decirle:
-
¡Acaso no sabe Ud.! ¡Quién soy yo!
El, que por su preparación de
control y vigilancia en estos casos de situaciones y a la vez que escuchaba ese
fuerte reclamo de parte del que conducía el vehículo, echaba también una ojeada veloz al
interior para no encontrar alguna desagradable sorpresa y antes
de seguir indagando...
Volvió escuchar otro airado
reclamo:
-
¡¿Qué operativo esta usted haciendo y a cargo de quien está?!
Una vez que lo identificó
plenamente el interventor policial y antes de que siga atarantándolo le
responde:
-
¡Soy el Sargento 2do. Ladislao Marreros Aranda
perteneciente a la SOES de la Comisaria de Alcázar del Rímac señor! ¡Y estoy en
un operativo de control y saturación en busca de armamentos y municiones que se
puedan transportar en forma ilegal, por esta zona señor!
-
¡Oiga Ud.!
-
¡Alcánceme su carnet de identidad!
¡Diantres!...
¡Era el Presidente Alan García! Acompañada
de su esposa la Sra. Pilar Nores, la que miraba los sucesos en silencio los
arranques de egocentrismo de su marido.
El interventor policial la saludo con
amabilidad.
¡Buenas tardes señora!
No perdió el control por la
situación improvista que vivía en esos instantes el indefenso Sargento, ahora que parecían salirse de control para él, si no mantenía la serenidad debida, en
tales circunstancias.
Pues la entrega de su carnet
requerido por el Presidente Alan García, pensó le podía significar un castigo que
le quería imponer Alan, por haber interrumpido su desplazamiento, en algún alejado y
alto lugar del Perú, lo que presentía, este no está conforme con que le hayan
interrumpido abruptamente en su libertad de tránsito, se decía para sus adentros,
por donde le dé la gana, al que estaba acostumbrado, él, sin liebre de
tránsito, ni aparente seguridad oficial, que lo acompañe.
El Sargento en una inteligente salida de su
seguridad, por conservar su destacamento asignado, acá en la capital le
contesta:
-
Con todo el respeto que se merece Ud. Mi Presidente:
-
¡No porto documento alguno por seguridad!
-
¡Ordenado por mi Comando, señor!
A lo que después de segundos de
esa respuesta escucha con alivio a la Sra. Nores decirle a su marido:
-
Vamos ya, déjalo…
Alan García, seguramente ya satisfecho
en su ego, sube la luna polarizada de la ventanilla lentamente y pisa el
acelerador del motor del vehículo, haciéndolo rugir violentamente y partir raudamente,
hacia el puente de Acho que da hacia la Av. Abancay, seguramente con dirección
a Palacio de Gobierno.
No bien partió, llegaba retrasado
su seguridad motorizada en busca del Presidente veloz que se les escapaba y que
los habían perdido seguramente jugando con ellos al gato y al ratón, que era su
costumbre hacerlo de vez en cuando, según comentaban en predios policiales
siempre.
Recuperado el Sargento 2do de tal
acontecimiento, voltea en busca de su Brigadier Superior y lo encuentra
paralizado de preocupación, por el trance acontecido allí ante sus propios
ojos, pues había sido testigo de un buen control de circunstancia imprevistas
en la serenidad exhibida por el Sargento en ese operativo, que no lo podía
creer.
El Sargento presentó su
informe de la ocurrencia al Alférez a cargo del pelotón y este ordeno volver a
la Comisaria de Alcázar para rendir cuentas al Comandante a cargo de ella.
Enterado el Comandante de lo
ocurrido, para variar no se encontraba en su puesto en ese instante, lo
hicieron por teléfono, ordeno retomar el operativo en Acho.
No le pareció relevante lo
ocurrido.
Ese Sargento 2do. en aquel
aparente intrascendente operativo de 1,989 es un ex alumno de nuestro glorioso
colegio San Pedro de Corongo: Ladislao Marreros Aranda.
Quien comento este recuerdo
vivido por él, al autor de esta nota narrativa, que resalto.
¿Se puede sentir más dolor en los
actuales momentos de vida de la que se siente, día a día, casi, constantemente?
Hoy vuelve a llegar otra noticia
fatal de algún conocido nuestro que acaba de fallecer arrebatado de la vida, en,
una interminable cadena mortal uno tras otro, casi todos los días, casi todas
las semanas, casi todo el año que no se detiene ya, en ella.
Había hecho referencia las
circunstancias en que conocí acá en Lima, a Abad Gonzales, cuando en alguna vez
de mi niñez me trajo mi padre a conocer la capital, junto a él.
Hace una semana lo recordé con la
partida de Pepe Garay.
Conté las circunstancias de la
visita que recordaba, le hicieron a mi padre una tarde antes de anochecer para
entregarle un encargo a ser llevado a Corongo, para su hermano Oriol, muy amigo,
de mi padre.
No me imagine nunca que, en poco
tiempo, casi de una semana y media, más, tenga que agregar a él, en una
narración de recuerdos que tengo guardados en mi intimidad de gente que conocí
y me relacione en las circunstancias que la vida, nos da en los tiempos fijados
por ella.
Corría el primer tercio de los
años sesentas, recuerdo, que la familia de Oriol Gonzales y mi padre Francisco
Nieves eran muy amigos, incluyéndonos los hijos de ellos, tan es así que hasta
ahora conservamos esa amistad con Antonio, al que cariñosamente recuerdo yo
como Antuco, con Manuel al que también, cariñosamente lo trato de Mañuco
Gonzales Montes.
Recuerdo que a veces en algún día
festivo, seguramente, ellos llegaban a la casa a disfrutar de un almuerzo que
mi madre había preparado, principalmente, picantes de cuyes y en otras
oportunidades disfrutábamos, las preparadas, por, la Sra. Cira Montes la esposa
de don Oriol.
Recuerdo en alguna oportunidad
haberlos escuchado hacer sus charlas amenas después del almuerzo, en una buena
costumbre de aquellos tiempos, para asentar seguramente la comida, no bebían
licor, disfrutaban de esas visitas, siempre en abstinencia.
Entre esos recuerdos guardo
siempre uno en especial, cuando para mí, alardeaban en adquirir un ómnibus de
pasajeros, para formar una empresa de transportes coronguinos.
Paso el tiempo y lo hicieron
realidad en el año 1,965 llego un moderno ómnibus verde anaranjado, con
asientos “pulman” de 30 pasajeros, manejado y traído desde Lima por Abad
Gonzales y en el frente arriba decía “El heraldo de los Andes”.
Entro en operaciones, en viajes
de pasajeros diarios de Corongo a Yungaypampa, unos meses antes de la fiesta de
junio del 65.
Yo en ese año estuve estudiando
en el colegio Dos de Mayo de Caraz, no vi el acontecimiento familiar, por esa
adquisición y puesta en trabajo de esa novedad coronguina.
Llego la fiesta de junio y por
las cartas que me escribía mi madre, todo, iba muy bien en esos servicios, mi
padre era el cobrador por aquellos tiempos en que estaba a cargo de ello, por
circunstancias no laborales en el poder judicial, de él.
Unos días después de la fiesta
llegan a mis oídos en el internado del Dos de Mayo, diciéndome que en Corongo
había sucedido un grave accidente en la Culebrilla pero que no tenían datos
específicos, de ello.
Yo que sabía de lo peligroso que
es el pase de la carretera por la Culebrilla y por qué no me fue bien en mis
evaluaciones del colegio, hacia el primer año de secundaria a la edad de 13
años +/- en un internado, aproveché de esa noticia y me escapé de allí, salí a
la carretera caracina hacia Huallanca, en busca de alguna movilidad que me lleve
a ella.
Una decisión no tan cuerda creo yo,
hoy.
Era un poco más después del
mediodía y por lo general a esa hora ya no había en esos tiempos vehículos de
pasajeros, con esa dirección, pues solo eran en la mañana, cuando pasaba el
“Expreso Turismo” venido desde Huaraz hacia Huallanca a dejar y recoger
pasajeros y turistas hacia el Callejón de Huaylas, en su vuelta después del
mediodía.
Ese día, tuve, la suerte de que
pasara una camioneta de las oficinas del ministerio de agricultura en Corongo,
creo que se denominaba CIPA, cuyos integrantes me reconocieron y me subieron a
su vehículo, como un gesto de solidaridad seguramente porque ellos, que si
sabían los detalles del accidente sufrido por Abad Gonzales y que mi padre
también estaba involucrado.
Recuerdo haber llegado a La Pampa,
ya, al atardecer y desde allí miraba la carretera de la Culebrilla y trataba de
“ver” si podía, a aquel … “vehículo nuevo estrellado contra la peña”. Si, esa
era la descripción que escuchaba, para narrar el accidente carretero, del
momento.
Pasamos por el lugar descrito,
este, era poco antes del fatal accidente del “Negro” Campos unos años, atrás,
donde fallecieron todos los pasajeros si mal no recuerdo, era antes de bajar
esa inclinada y peligrosa parte de la carretera con dirección a los baños
termales de Pacatqui.
Allí, con mirar los bordes
verticales que caen al rio Rupaj de unos cientos de metros, ya es aterrorizante,
imagínense un accidente. Nadie lo contaría.
El relato del suceso que yo
escuche en casa, por boca de mi padre, que estuvo presente, fue:
- Bajábamos de Corongo lleno de pasajeros,
que volvían de terminada la fiesta de junio, como siempre lo hacíamos con Abad
al volante, y la tranquilidad de su manejo y control del Heraldo, cuando al
acercarnos antes de iniciar la inclinada bajada donde se accidento el “Negro”
Campos, yo, iba parado en la escalinata de subida al salón del ómnibus
charlando con él, de las ocurrencias del viaje, cuando, de pronto lo veo en
movimientos agitados con algo de nerviosismo a Abad, y, le escucho decirme:
- ¡Agárrate Panchito! ¡Agárrate bien! ¡Me he
quedado sin aire en los frenos! ¡Agárrate!...
Y de un violento giro a la izquierda, veo,
que lo comienza a rosar contra la
peña al Heraldo, por la parte delantera, por el brusco movimiento originado yo
me fui contra el parabrisas del bus y estrellé mis manos contra ella, que se
rompió y me hice algunas heridas cortantes, para suerte nuestra, logro su
cometido, se detuvo el Heraldo, ante el horrorizado griterío de la treintena de
pasajeros, que, bajábamos de Corongo.
Al final Abad, cuenta, que se
percató en el manómetro de presión del tanque de aire de los frenos que esta
indicaba poca presión en el tanque, y desesperado en ver que se acercaba la
inclinada bajada del accidente del Negro Campos no le quedó otra opción de
emergencia de hacer lo que hizo. Sino no lo hubieran contado.
Hoy que has partido a la
eternidad Abad Gonzales Garay, vayan para ti, mis mejores recuerdos que guardo
en mi intimidad siempre.
Fuiste el ultimo
conductor vivo de esa generación de intrépidos choferes ruteros de trocha a
Corongo, Sihuas y Pomabamba, de esa parte nor-oriental de nuestro departamento
ancashino, de la gloriosa época del ferrocarril del Santa.
Descansa en Paz Abad Gonzales Garay!!!
De Izquierda a derecha, el que escribe, Víctor Villanueva, Abad Gonzales Garay, Raúl Garay que partieron a la eternidad también.
La primera vez que vi a Pepe Garay fue en Lima en los primeros años de los 60, había viajado con mi padre a esta ciudad y enterado de la estancia por estos lares de él, y seguramente también del pronto retorno a Corongo, Abad Gonzales y Pepe Garay llegaron a la casa donde nos alojábamos en Magdalena del Mar, en un vehículo pequeño como una Land Rover de la época, a dejar un encargo o encomienda para su hermano Oriol Gonzales en Corongo.
Seguramente pregunte quienes eran esos jóvenes a mi Papá pues no recordaba a verlos visto en Corongo y él me pormenorizó esa impronta visita hecha por ellos.
Vueltos a Corongo a los pocos años más también se fue a radicar allá Pepe Garay lo mismo que Abad Gonzales quien se encargó de la conducción del "Heraldo de los Andes", en sus primeros años de servicio de transporte coronguino de pasajeros.
Poco tiempo después cambiaron la ruta de viajes hacia Pomabamba desde Yungaypampa, la nueva ruta en construcción y seguramente más rentable para la empresa, allí trabajo Pepe Garay como cobrador algún tiempo.
Recuerdo una anécdota vivida con él en alguna oportunidad que baje a Yungaypampa con un encargo de mi padre para el, en la “Flor de Corongo” de Beto Manrique y en la vuelta hacia Corongo me vine en el “Heraldo de los Andes” que se iba hacia Palo Seco antes de Pomabamba con una treintena de pasajeros, nosotros en esos tiempos viajábamos cómodos en el techo del ómnibus.
La salida de Yungaypampa de esa ruta era apenas el tren dejaba los pasajeros a eso de las once o doce del día, mientras que para Corongo se salía a la una a dos de la tarde, entonces Pepe Garay me dice vámonos she en el ómnibus y te dejamos en Tres Cruces y de allí bajas a La Pampa, esperas a Beto Manrique a que pase y te vas a Corongo, te aseguro que vas a tener tiempo suficiente para esperarlo.
Acepte la propuesta y me monte en el ómnibus con destino a Pomabamba. Llegamos a Tres Cruces y me dejaron a la altura de un camino de herradura que bajaba para La Pampa y empecé a andar por esa vía estrecha e inclinada hacia abajo. Al poco tiempo comencé a sentir el calor del medio día de una zona cálida y lleno de vegetación seca de los áridos terrales y después de caminar un buen trecho me comenzó a invadir un poco de temor, por hacer esa improvisada aventura, que trataba de superar también dada la fortaleza de mi adolescencia, acostumbrado a andar por los silencios de los parajes andinos siempre y es así que me fui ayudando a superarlo, pero con las diferencias bien marcadas de las húmedas punas nuestras a estos territorios secos, áridos, feos con vegetación ponzoñosa, además de bichos venenosos escondidos en algún recodo o en el ramal caído que cruzaba el improvisado camino, me aterraban un poco, además de también superar la sed por un poco de agua fresca dulce que no la hallas por ahí, porque no son parte de estos áridos parajes, aunque si de aguas saladas abundantes como maldecidas por algún maligno Dios, para no ser tomado nunca por algún ser vivo alguno.
Al cabo de un cansado recorrido hecho llegué a encontrar la carretera de entrada a La Pampa y pude respirar con alivio el saberme que me encontraba allí, tal como me habían dejado arriba en Tres Cruces, sano y salvo que ahora miraba el trazo carretero que deje, como una huella borrosa en las faldas de las montañas andinas que sostiene al Champara.
Llegué a La Pampa, entre dos o tres de la tarde y efectivamente tuve que esperar sentado allí al pie de la carretera encima de una piedra blanca grande, de las que abundan por ahí un buen tiempo comiendo limas y pacayes para hacer menos tediosa el tiempo de espera.
Don Beto Manrique y su “Flor de Corongo” llego, lento, pero seguro como siempre lo hacia y me subí para ascender a Corongo con el.
Hoy que has partido para siempre, brindo este recuerdo como un homenaje póstumo a tu memoria.
Hasta siempre Pepe Garay.
La interminable cabalgata, emprendida
desde las primeras horas del día y después de casi finalizar la cansada bajada
del estrecho camino de herradura, desembocamos en la entrada de la calle que
nos llevara a cruzar hacia el “canto”, acantilado pasaje que bordea la ciudad
de Cabana, en el final de un largo viaje desde Corongo y de lento recorrido que
atravesó la explanada alto andina del Tuctubamba.
La zona frígida ancashina de
más de cuatro mil metros de altura con lluvias, truenos y de ponchos de aguas
para la lluvia con la cabeza bien cubierta con cascos de exploradores
extranjeros, para mayor protección, si, el momento del clima de la puna lo exige
o como también bien abrigados en días soleados al paso por entre resplandecientes
lagunas azules o plateadas, que vemos temerosos por su majestuosidad y que los
fríos vientos que agitan y ondulan sus orillas en las pedregosas límites hídricos
que se deja ver, en los tiempos del verano andino.
Esta planicie alto andina también es
el habitad de aves nativas del lugar, que muchas veces el trotar de los caballos
de herrajes rompen la monotonía desolada y de repente se les ve agitar violentamente
las pesadas alas de las guachguas, escurridizas aves. que huyen de los lugares
donde se encontraban en bandada para buscar una mejor ubicación entre los
claros de los pajonales y seguir picoteando la grama, en busca de sus alimentos
diarios, por haber sido invadido sus dominios, al paso de los viajeros que
interrumpieron sus pacificas estancias.
Recuerdo que yo siempre iba pensando
por ahí, a que llegase la hora de hacer una parada y buscar un lugar claro
entre los pajonales para que mi madre tienda la lliclla y saque los fiambres
preparados en casa antes de la partida que por lo general eran cuyes con papas
sancochadas o ñuñas fritas con manteca, el cual degustábamos sentados alrededor
de los potajes y las aguas calientes de panizara, contenidas en los termos,
para ello.
La bajada al otro lado de la larga
explanada andina es también lenta y a medida que se avanza en la amplitud del
horizonte, se comienza a ver las tierras agrícolas lejanas en sombras de las
distancias, a los pueblos que se asientan y que mi joven padre comenta que se
encuentran allí donde señala con su dedo, en las lejanías bajas al final del
departamento de Ancash y el comienzo del departamento de la Libertad que
también contemplamos con curiosidad de sus existencias.
Seguimos avanzando cuesta abajo por
el borde de una cañada y vemos que al fondo va discurriendo un pequeño cause de
aguas que baja desde los humedales o lagunas desde las alturas del Tuctubamba y
se interna entre las montañas y rio abajado a entregar sus aguas al Tablachaca
que dice que es el rio, Hualalay.
Entre las faldas de la montaña
también cruzamos una acequia canalizada de agua, cuyas tomas aprovecha los hídricos
de las alturas y que le llaman la sequía de los Reyes, pues, dice, que esta canalización
lleva esas aguas hasta las vaquerías de sus fundos en Huandoval para regar sus
alfalfares del que se alimentan sus ganados lecheros, convirtiendo después sus lácteos,
en quesos y mantequillas de reconocida calidad en la pequeña industria serrana que
poseen.
Ya ingresados al último tramo de la
bajada, se pueden apreciar el conjunto de techos rojos y blancas paredes a la
ciudad de Cabana, allí abajo, entre las faldas de las montañas con lado a la
costa del Pacifico, al cual nos vamos acercando al final de la tarde, lentamente,
pero seguros de estar allí ya al trotar cansado de los caballos, al final del largo
día de viaje.
El pequeño tropel de viajeros avanza
en busca del calor familiar que extraña mi madre, al lado de los suyos, pues la
responsabilidad laboral de mi joven padre, se ve obligada a hacerlo cuando las
vacaciones escolares de nosotros en Corongo, lo permiten.
Los bulliciosos herrajes de las parsimoniosas
cabalgaduras en un acompasado trotar por las empedradas calles de Cabana, despiertan
las curiosidades de algunos primeros personajes que encontramos en ellas, que
no conocemos en esta nuestra corta edad, pero, nos llaman la atención por su
diferenciado tono de hablar al dar un saludo de bienvenida a nuestro paso.
Algunos nos observan estáticos desde
las puertas de sus casas nuestro ingreso, lanzando miradas curiosas, habidos en
descubrir en el pelotón de los llegados a alguien conocido y que luego de una
auscultora mirada, reconocen a mi madre bajo el casco de viajero que lleva
puesta para la lluviosa travesía realizada, intercambiando saludos de
familiaridad con los que a primera vista la identifican.
En nuestra inocencia infantil vamos
descubriendo a medida que cruzamos la ciudad unos carteles de los comercios que
no son pocos, e indican una pujante actividad económica resaltante a la vista, que
seguramente es consecuencia de ser la capital de la provincia de Pallasca y el
paso de los negocios mercantiles en esta zona norte, de nuestro departamento.
Nuestros enrarecidos pensamientos se
van perdiendo en imaginarias visiones de la llegada a casa del abuelo Florencio
que tan presente lo tenemos por mi madre y las bienvenidas cariñosas con que
nos recibirán la mama Laura y seguramente el primo Lorenzo que de seguro ya se
enteró de nuestra llegada, pues el vive al costado de la casa del abuelo y
también de Jishu, contemporáneo vecino del frente de vivaces conversaciones y
notorio dejo típico de la zona, cuando desensillemos en el patio del aposento
familiar.
Una vez llegados y después de las
alegrías desatadas por la familia materna, las inquietudes de nuestra niñez
hacen las primeras exploraciones a la vivienda familiar para averiguar qué hay
de nuevo para nosotros, que podamos divertirnos en su momento.
Las penumbras de la noche van ganando
presencia y una vez instalados en la habitación de soltería de mama, luego de
la agradable cena, contemplaremos desde la ventana las siluetas oscuras de las
lejanas montañas dibujadas en el estrellado cielo nocturno, donde se ubican las
minas de Quiruvilca en la Libertad, explotación minera donde trabajo papa
Florencio en el taller de herrería y mecánica de banco, oficio que también
ejerce en el taller que tiene montado en el primer piso de casa. Un vago
recuerdo de haber estado traveseando allí, invade mis pensamientos ganándome
así el cansancio por aquella noche y rendido quedo en los brazos de mis sueños.
Los primeros rayos matinales que se
filtran por las rendijas de la ventana de la oscura alcoba, acelera nuestro
temprano despertar e inquietan nuestros pensamientos para visualizar cuando
abramos las puertas de la ventana, que nos encontramos lejos de nuestra
habitual residencia, pues la casa del abuelo a la salida de la ciudad allí
junto al rio, nos ubica en un bello escenario de multicolores matices andinos
de la verde y alcanforada vegetación, acuarela perfecta que el bello fondo
azulado y límpido cielo serrano resalta y que nuestros ojos disfrutan de este
esplendoroso paisaje.
En el entablado del segundo piso se
escucha el andar de los pasos seguramente de la mama Laura, que luego de haber
ido a inspeccionar el avance de la molienda de los granos abastecidos en la tolva del molino de piedra
que tiene en el fondo de su residencia junto al cauce del rio, ha vuelto ya
para preparar el desayuno de fresca leche y deliciosos panes, amasados por sus manos en sus artesas
de madera y cocidos en el horno de barro, allí en el patio de la casa por ella,
manjares que disfrutamos junto a porción de chicharrones de “coche” que
servidos esperan en la mesa de la cocina.
Engreimiento que solo las abuelas
saben preparar.
La mañana soleada propicia nuestras
inquietas observaciones a lo que nos rodea junto al primo Lorenzo, que vino a
visitarnos ni bien amaneció en su curiosidad infantil, de saber algo de
nosotros y de nuestra lejana residencia habitual.
Hacemos un recorrido por la
residencia del abuelo y me comenta que allí tras el portón que observamos se
encuentra el taller de papa Florencio. Mi curiosidad es mayor a cualquier
advertencia que me hace para no entrar allí, porque es un lugar casi sagrado
para él, que nunca se atrevió a ingresar por el respeto que le tiene a su tío
Nesho, diminutivo con que identifica a mi abuelo.
Sus advertencias son demasiadas
tardes porque yo ya entreabrí el portón y la penumbra de la luz que se filtra
en el oscuro ambiente, me emociona sobre manera porque nunca había estado en un
lugar igual al ver las maquinas del taller estacionadas allí a la espera de
entrar en acción para taladrar o moldear las piezas en el pesado yunque, o, en
el pesado banco de trabajo lleno de herramientas menores que manipulo con
singular aprecio, disfrutando esos momentos y que seguramente han sido
transmitidas en mis genes, como herencia familiar materna.
En unos rudos andamios que rodean
aquel lugar, observo interesantes piezas de desarmados tecles, que nos pueden
servir como ruedas para construirnos un pequeño coche al que podamos montarnos
y divertirnos en las polvorientas bajadas del camino que pasa delante de la
casa.
Descubro un montículo de trozos
rocosos negros y brillosos al fondo del lugar, que luego me enteraría que es
carbón de pierda, y que me sirven de impulso para de un felino salto me adhiera
con las manos a un redondo y largo palo de madera que atravesaba el lugar y
siento que esta sede en forma de palanca y al mismo tiempo se escucha un violento
ruido a medida que bajaba, como el bramido de un toro allí cerca a mi en franca
pelea que me aterroriza cayendo en un trastabillado movimiento al piso y cuando
volteo en busca de la entreabierta puerta para huir de allí puedo ver que el
primo Lorenzo también salía despavorido como alma que el diablo lleva hacia la
luz del patio al que llego agitado y asustado y me dice:
-
Cho… ¿Qué has hecho? -Me increpa
No tenía explicación a mi travesura
infantil que un simple salto y ágil adherida de un palo que los aires cruza
hasta que me vuelve a decir:
-
Oe cho… creo que has bajado la palanca de la fragua de tu
abuelo y que acciona el pulmón de cuero
que se encuentra atrás…
¿Fragua? pero si parecía un bramido
de toro…
Después de un momento de cavilaciones
le digo vamos a ver de qué se trata y el, un poco temeroso aun me sigue dudoso pues
a mí también me embargaba el temor, pero no se lo hacía notar para que me
acompañe en reingresar al oscuro ambiente y averiguar la razón del violento
ruido.
La tétricas sombras reinantes allí
atemorizan, nuestras infantiles curiosidades, pero llegamos hasta el fondo del
taller y observo que se trata de un gran “pulmón” de cuero que accionada por
los mecanismos de la palanca de palo en un subir y bajar del cuero almacena
bocanadas de aire y las lanza a la hoguera del carbón de piedra de la máquina
para oxigenarla y así fortalecer el fogón y poner al rojo vivo las piezas de
metal a forjarse en el menor tiempo posible, labor que mi abuelo realiza cada
vez que lo requieran.
En un viejo estante descubro diseños
de máquinas en papeles especiales y además una colección de la revista
especializada de Mecánica Popular, publicación norteamericana de la que el
abuelo era un fiel suscriptor por la forma en que la tiene archivada y al ojearla
descubro como el santo grial de los diseños de construcción fácil y explicada
de juguetes infantiles, fabricadas con las pocas herramientas que se puedan
poseer.
Creo que estoy en el paraíso de la
diversión precoz.
El abuelo durante la semana se encontraba
en su fundo de Waybara que atiende, ubicada en la zona templada a unas horas de
Cabana siguiendo el curso del rio que desemboca en el rio Tablachaca en el
límite de los departamentos de Ancash y La Libertad.
Así que por ahora somos los dueños
del taller y ponemos nuestras pequeñas manos a la obra y al cabo de unas horas
de construcción tenemos un “carro” de cuatro ruedas de fierro, con dirección
incluida, para la diversión.
Nuestro amigo y vecino Jishu vive al
frente de la casa del abuelo, en una elevada ubicación y en una amplia loma,
que terminan en verticales acantilados como paredes del rio Cabana que se va
perdiendo en sus profundidades, nos sirven de ideal terreno para construir
nuestras “carreteras” por donde haremos transitar el rodante juguete, en
interminables horas de diversión.
Llegado el abuelo el fin de semana
desde su fundo que posee y atiende se entera de que cogimos las piezas de
repuestos que almacena y que son de difíciles obtenciones en los perdidos
pueblos de nuestros andes, porque esas son piezas que cuida para solucionar
requerimientos de esporádicos clientes y que cogimos si autorización alguna. Pero
seguramente sonreirá al ver nuestros juguetes de ruedas, que descansa en un
rincón de su casa, esperando un nuevo día para volver a rodar.
Los conocimientos adquiridos en las
minas de Quiruvilca le han servido para construir también el molino de piedra,
que la mama Laura administra, movido por la fuerza hidráulica y canalizada en
una casi vertical caída de agua que trabaja día y noche y que ella atiende
según el requerimiento de molidos por su clientela ayudando así también al
sustento económico de casa, servicio, ininterrumpido que da la abuela para
satisfacer las escaseces de las harinas alimenticias de sus clientes, que
lámpara en mano a medianoche ella, hace un chequeo en el avance de la molienda
ver a la rueda de piedra ronronear con
el grano en constante giro del molino del granito y que nunca deben quedarse
sin ellos, para no sufrir dañinos deterioros.
Alguna vez nos atrevimos a caminar
junto a ella, en altas horas de la noche, más por la curiosidad de sentir a
estas viejas máquinas hidráulicas trabajar en las oscuras noches andinas.
Las vacaciones escolares se van
acabando y las diversiones infantiles en la tierra de mi madre también, el
retorno a Corongo se acerca y nuestra vuelta será por la costa. Tomaremos el
servicio de transporte de pasajeros que nos llevara hasta la estación de Quiroz
en unas cuatro o cinco horas de viaje para abordar el tren que nos transporte con
dirección a Chimbote y al día siguiente tomar el tren de pasajeros de Huallanca
para llegar hasta la estación de Yungaypampa y de allí tomar el ómnibus a
Corongo.
Corolario de viajes que guardamos en
nuestra memoria por haberlas vivido a plenitud, en tiempos de nuestra infancia
y que ahora la recordamos con cariño, pese al tiempo transcurrido.
Caminito estrecho al pie del
Llacllacán, que la incertidumbre del final de la monótona tarde, ve pasar por
su sendero el andar del grupo de adolescentes que vuelven de matar el tiempo en
sus faldas sin mayores sobresaltos ni novedades que comentar, pero que ésta en
un instante desaparece dando paso a la rápida inquietud de la adrenalina
juvenil en vivir una riesgosa aventura, tras la observación de un grupo de aves
domésticas en un corral ajeno, que, se alistan a descansar trepados en los
palos de la improvisada jaula custodiado solo por un oxidado candado adheridos
a las argollas de metal fijadas en la tranca, como única seguridad existente. Que
no será garantía de seguridad para ellos, apenas, la penumbra de la noche haya
ensombrecido las últimas luces del sol.
Dos prendedores de negro metal
delgados de pelo de mujer, son suficientes ganzúas para violentar las trabas de
la seguridad del candado, habilidad de pocos, pero suficiente para dar paso a
los adolescentes que avanzan silenciosos allí, para capturar un par de robustas
gallinas, que cacarean asustadas, por la interrupción de sus descanso nocturno,
reacción tardía de ellas, porque el poncho habano silencia toda bulla de las
aves capturadas, en la violenta incursión pese a la protesta inicial del gallo del
corral, también.
La retirada de la enclaustrada jaula
improvisada de las aves de corral también es silenciosa, como cuando llegaron,
pero más apresurados para alejarse del lugar y dirigirse a la casa de Fili, ahora
ya en busca de la cocina de su hogar, cuyos padres le encargaron que vigilara
la vivienda familiar hasta cuando vuelvan de las cosechas y que por esta noche,
él, decidió que sean encendidos los leños y carbones de la cocina para la preparación
de una agradable cena improvisada y aventurera en ella, cuya recompensa será un
sabroso platillo de caldo de gallina hecho por ellos.
Tareas de cocina que se han dividido
para que ninguno se queje, en el mancomunado trabajo culinario que les espera.
Chulluc atiza el fuego de los trozos
de leños a todo pulmón, para que aumenten la fuerza de las llamas del fogón, que
tardan en hacer hervir la olla de agua que recibirá las presas de las aves
sacrificadas y que fueron preparadas ya por Edwin “Shiguina”, que siempre
comenta saber de estos menesteres.
El lento cocido de las carnes en la
olla, desespera a ratos a los adolescentes por verse servidos en los platos de
loza, que sobrepuestos esperan en la mesa de la cocina el oloroso hervido
saturando el ambiente con sus agradables olores, originando el humedecimiento
bucal de alguno de ellos exige apurarse con los fuegos de la olla de barro,
pujante en calores de los leños secos de eucalipto.
La tranquilidad de la noche
transcurre sin sobresaltos, cuando de un momento a otro se escuchan fuertes
golpes en la puerta principal de la casa, que da a la calle, poniéndoles en
asustada alerta, incluyendo a Fido, mascota que en estática posición debajo de
la meza esperaba que se acuerden también de él y lo incluyesen como uno de los
partícipes de la cena, pero, que ahora sale en fuertes ladridos para averiguar
el atrevimiento hecho por el desconocido visitante tocando la puerta, situación
inesperada para todos ellos que los pone nerviosos y los obliga a pedir al que más cercano este en
la olla hirviente bajarla rápidamente de la cocina para tratar de ocultarlo en
un lugar seguro, por la imprevista situación presentada. Aunque será imposible
que el aroma de los vapores de la sazonada olla ha saturado el ambiente y es
motivo de preocupación también… Porque no hay forma de disiparlo.
Fili, aseguro que nadie los
interrumpiría en esa noche en casa y que los golpes secos de la puerta, los
niega, esa certeza precedida.
Sale, con temerosa preocupación y
abre la puerta principal que da a la calle, preguntando de quien se trataba,
cuando dé un paso apresurado y casi violento hace su ingreso Juan de Dios, Policía amigo de casa encontrándose con ellos que habían salido apresurado en
una disimulada alerta, casi todos juntos a la puerta de la cocina, y ante la
curiosidad por su presencia que le hace Chulluc, le contesta en forma picaresca
el, y le dice que su “abuela le había dicho que estaba muy preocupada por él y
lo había mandado buscar”.
Respuesta sospechosa e inquietante
para él, pues su abuela también se había ido a la chacra a cosechar.
Un poco incomodos, por la acuciosa
mirada de Juan de Dios a todos los rincones muy cerca de la cocina, no se le
ocurre otra cosa a Chulluc, que aumentar el volumen del viejo radio a pilas de
onda corta, que se encontraba junto a ellos y que en esos momentos transmitía
casi en forma nítida “La Voz de Los Estados Unidos de América” con los
comentarios en vivo, sobre el alunizaje del “Eagle”, máquina humana que se había
posado en el satélite natural de la tierra, poniendo al hombre por primera en
el suelo lunar. Hecho histórico de gran interés mundial del momento, que frena
un poco la inquietante curiosidad del intruso, que sin interés en el histórico
acontecimiento, y para alivio de ellos, opta por emprender la retirada e inicia
el camino hacia la puerta de salida, cuando en forma inesperada pasa entre sus
piernas Fido, que también va buscando la calle en veloz huida con un pedazo de
carne de gallina cruda que encontró y que había estado esperando cogerla, en el
primer descuido de los improvisados comensales, para devorarlo con tranquilidad
allá afuera.
El acucioso intruso se percata de la
salida apresurada de Fido, pero sin lograr
distinguir lo que lleva el animal en la boca, por la oscuridad de la noche.
Fili, logra observar que su perro
tiene un trozo de presa entre los dientes, lo contempla en silencio por la
situación inesperada, teniendo que hacer un disimulo, para no hacer notar el
temblor de sus piernas, por los aprietos en que se encuentra.
Juan de Dios se detiene, Fili,
aguanta la respiración por un instante y al cabo de un momento interminable de
tiempo para él le escucha preguntarle, si su hermana Genoveva ya había
regresado de las cosechas. Pregunta que alivia la tensión desesperante a punto
de delatarse ya, y que responde que no, que todavía no volvían de las cosechas.
Tranquilizándolo al fin, y cerrando
rápidamente la puerta, para volver en apurados pasos a la cocina, en busca de
la olla del hervido, para ponerlo nuevamente al fuego y ante las preocupaciones
de los otros dos adolescentes, por saber si habían sido delatados, se encarga
de poner la tranquilidad del caso, no sin antes comentar del “robo” hecho por
Fido :
-Oe she en mi naríz pasó el “desgraciao”
menos mal que Juan de Dios, es medio ciego, porque si no terminamos la noche en
una “tragedia” carajo…
Dados los tiempos de cocción de las
carnes y comprobada su suavidad para ser ingeridos y después del susto, vino la
agradable cena con la repetición incluida, que satisface así las inquietantes
aventuras juveniles por disfrutarla, con el comentario infaltable de que no
todas las noches se come un apetitoso caldo de gallina ajena en una fría noche coronguina.
Posdata:
Al emprender la retirada de la casa con
la barriga llena y el corazón contento un acuerdo final como advertencia:
Ningún comentario al día siguiente en
el colegio por la aventura vivida.
Palabra cumplida al pie de la letra
por ellos, porque acabo de enterarme de esa faena juvenil casi cincuenta años después
por boca de uno de los protagonistas de la agradable cena, al que no tuve
invitación.
Tema: I CONVERSATORIO: CORONGO Y SUS ATRACTIVOS TURÍSTICOS
Fecha: 7 mar. 2021
Hora: 11:00 a. m. Lima
ID de reunión: 854 4623 8514
Código de acceso: 343366
Móvil con un toque
+12532158782,,85446238514#,,,,*343366# Estados Unidos de América (Tacoma)
+13017158592,,85446238514#,,,,*343366# Estados Unidos de América (Washington DC)
Marcar según su ubicación
+1 253 215 8782 Estados Unidos de América (Tacoma)
+1 301 715 8592 Estados Unidos de América (Washington DC)
+1 312 626 6799 Estados Unidos de América (Chicago)
+1 346 248 7799 Estados Unidos de América (Houston)
+1 408 638 0968 Estados Unidos de América (San Jose)
+1 646 876 9923 Estados Unidos de América (New York)
+1 669 900 6833 Estados Unidos de América (San Jose)
ID de reunión: 854 4623 8514
Código de acceso: 343366
Nota: Para poder ingresar a la plataforma del Zoom deberán estar registrados con nombre y apellidos
¡¡SOY CORONGUINO SEÑORES!!
Levanto mis manos al cielo,
Y fijo mi mirada,
en algún punto del infinito cielo,
ahí donde tengo la certeza,
está el trono de Dios.
¡abro mis labios!
y desde lo más profundo e intimo,
de los sentimientos de mi corazón;
brota mi voz en clamor;
son mis plegarias, de gratitud y de ruego,
¡al Dios vivo que adoro!
pidiéndole, por mi siempre recordada y
querida, tierra de Corongo.
pues llevo el sello del linaje,
en mi corazón y en mi piel.
¡¡ PORQUE SOY CORONGUINO SEÑORES ¡!
En Corongo, Dios me dió el gran privilegio,
de lanzar a sus aires, mi primer llanto.
en Corongo, vi por primera vez la luz del mundo.
¡Ahí están guardados!
mis más bellos recuerdo de infancia.
¡Ahí están guardados!
muchas vivencias inolvidables,
de mi época de colegial.
épocas maravillosas de mi vida.
¡¡PORQUE SOY CORONGUINO SEÑORES!!
Corongo, es un pueblo privilegiado de Dios.
porque por su suelo pasó,
sus más finos pinceles,
untadas con ternura,
con las acuarelas de su amor;
plasmando unos paisajes de ensueño;
que fueron, son y serán,
fuentes vivas de inspiración,
a poetas, literatos y compositores.
soy testigo fiel de ello;
¡¡ PORQUE SOY CORONGUINO SEÑORES !!
En Corongo, se respira aire puro,
aire serrano, aliento de Dios.
respiramos, aromas de muña,
panisara, cedrón, eucalipto,
molle y moras silvestres,
en sus campos y jardines,
las flores sueltan sus aromas,
que destilan por sus xilemas,
que arrastrados por los suaves vientos;
llegan al olfato en olor fragante,
agradable y grato.
lo que hace gritar a mi razón;
¡Que Corongo, es un pedacito de cielo en la tierra!
¡¡ PORQUE, SOY CORONGUINO SEÑORES !!
En la inmensidad de los andes
peruanos hay un hermoso valle alto andino, que esta acuartelada entre unas
colinas verdes, los que la habitan lo llaman el Callahuaca, el
San Cristóbal y el Llacllacán.
Estos, sus naturales guardianes
eternos que vigilan a la pequeña ciudad enclavada en este valle, tiene también un
pequeño rio que la cruza y que baja siempre en murmurantes voces casi imperceptibles,
escondidas entre los chungos, en hablares como en silencios, como para no
interrumpir los quehaceres de sus vecinos.
Esta pequeña ciudad casi acuartelada
en su ubicación andina, también deja contemplar al sur en la inmensidad de las
oscuras moles de los andes al pie del cielo serrano, a una última
piramidal cumbre nevada de la cordillera blanca, inamovible, estática, eterna,
en un inalcanzable tiempo infinito para ser contemplada siempre desde todos sus
rincones y caminos en el diario trajín de tus gentes.
Su urbe está cubierta en sus calles y
jirones con una infinidad de entretejidos chungos, trabajados por hábiles
artesanos con las piedras extraídas de su rio y que seguramente fueron rodadas desde sus orígenes en las alturas; es el añadido perfecto para el andar de
los suyos.
Su colonial diseño urbano de la
típica ciudad andina de siglos pasados, hecho por sus antiguos moradores, la muestran en sus bien distribuidas manzanas de casas tradicionales, serranas, en paredes de adobes y fachadas blancas con grandes portones en cepillados
maderos de tablones de eucalipto, extraídos de sus campiñas, en techados con tejados
rojizos, acabado dado por la cocción hecha en su fabricación para endurar sus revestimientos por sus artesanos, que dejan ver también
al paso del tiempo en la mayoría de ellos su cambio de color por la invasión
sufrida por los musgos que la pueblan y la cubren, haciendo de ellas, una
encantada atracción mágica para buscar siempre el retorno de los que se fueron
alguna vez por múltiples razones, pero que sus recuerdos vividos en sus suelos,
hacen que la vuelta de sus errantes hijos hacia ella, sea una peregrinación obligada
para acudir siempre a sus bondades.
En esta pequeña ciudad andina, las
bellezas de las mujeres resaltan aun en ropas de faena diaria a la vista y
sirven de inspiración inacabable para que los enamorados compositores, que
hacen en las letras de sus canciones hermosos poemas de amor, declamadas con
instrumentos musicales en alguna oscura noche bajo el balcón de la pretendida amada.
Cuantas veces se toma la decisión de
ir en busca de ella, por algún tímido pretendiente, después de brindar los humeantes
vasos de un cargado y caliente gro, bebida espirituosa que a veces despierta a
exponer las ocultas pretensiones amorosas, que su sufrida alma
esconde. No importa aun la integridad física, el saberse aún, que pueda haber
violentas reacciones del virulento padre que posee. La osadía de una juventud llena de ilusiones
amorosas sin límite lo arriesga todo, aun sabiendo que las bullas musicales de
en medio de la fría noche, despierten al furioso patriarca de casa de sus profundos
sueños y salga violentamente dispuesto a hacer justicia con sus manos y palos, ante los irreverentes mozalbetes que
interrumpieron su descanso.
Este pequeño pueblo perdido en los
andes tiene un 29 de junio como el día central de las fiestas patronales, que es su
tradición folclórica más sagrada en honor del patrón tutelar de su
religiosidad, el apóstol San Pedro. Ese día, un enjambre de sus hermosas pallas
pueblan tus principales calles en agitados tronares de macanas y cajas, de sonidos
inconfundibles salidos de las flautas de sus chirocos, que marcaran los
sincopados y rítmicos pasos de la danza femenina característica y que
en otros momentos de su historia folclórica también alcanzó la gloria de los cielos,
al ser elegida esta, en el más grande certamen de la belleza femenina a nivel internacional de la
Miss Mundo, como la vestimenta folclórica más bella del orbe, cuando la vistió y
exhibió la representante peruana en 1,982.
También ahora esta pequeña provincia andina tiene otro gran reconocimiento internacional entregado
por la ONU, a ella, como Patrimonio Inmaterial de la Humanidad, un galardonado acto
y hecho por la conservación del medio ambiente, pues la tradicional autoridad
de los "Jueces de Agua" en la administración de los recursos naturales trascendió
las fronteras y la ha lanzado a las vitrinas del mundo, como una antiquísima
tradición andina de ejemplo y respeto por la naturaleza nuestra, venida a menos en estos tiempos por las destructivas manos del poder irracional del hombre a la conservación de
la vida en nuestro planeta. En nombre de la prosperidad económica.
En este pequeño pueblo andino también cuando
llega el mes de octubre los Shajshas, danzantes guerreros, salen a las calles a
rendirle pleitesía a San Francisco de Asís el añamarino, esta su ancestral y
vigorosa danza guerrera recuerda a los indomables y primigenios hombres que la poblaron y evidencian ahora que no fueron fáciles de
avasallar.
En este pintoresco pueblo, en
diciembre en la navidad del niño Dios, es momento de sacar los guardapolvos
blancos de los baúles y buscar las mascaras y echarse a danzar al son de del
flautín y la vibrante tarola, junto a las pastoras y que seguramente más de uno
de los osados muchachitos que forman las cuadrillas de danzantes, las galantean
con ilusionados saltitos danzarines y voces impostadas para no ser reconocidos
y así no hacerse notar por ahora de los primeros palpitares amoriles que nacen
y que está allí, junto a ellas en busca de un primer beso de estreno vivencial
del despertar de la vida.
Por ultimo, en este generoso rincón del ande en la primera semana de enero, los nuevos Jueces de Aguas, toman posesión
de sus puestos de máxima autoridad administrativa de los recursos naturales hídricos
de la ciudad, que se encargaran entre otras tareas encomendadas también, en
organizar todo el calendario festivo anual de la ciudad y para iniciar sus estrenados mandos hará saber con el tradicional
tantanán retumbando en cada una de las esquinas requeridas, que se cita a todos
los hombres a realizar la tradicional “republica” que es como una especie de orden para realizar la limpieza de los principales acequias y represas de las aguas para
el regado de los sembríos. Las mujeres se encargarán de llevarles los almuerzos a todos los "republicanos" y al final de la tarea se volverán del brazo de
ellas en un acompañado baile de algarabía por la tarea cumplida.
Hoy en sus 78 años de fundación política como provincia, Corongo seguramente no habrá superado los muchos problemas que aun lo agobian, pero siempre habrá la esperanza de que algún día saldrá de ese
olvido en que se encuentra. Muchos hijos del ayer se fajaron por ti, como se fajan los de hoy y con las esperanzas de que también lo hagan
los del mañana, para alcanzar mejores metas.
Son nuestros mejores deseos por los
que siempre te queremos y añoramos tierra bendita.
La reflexión de esta fecha histórica es conmemorar una reivindicación por el tácito despojo que en 1901,
sufrió Corongo al perder la categoría de Capital de la Provincia de Pallasca, cuando una villa de menor
nivel es nombrada por el presidente Romaña, en reemplazo de la Ciudad de Corongo, cuando el alcalde
era Manuel Modesto Garay Bulnes y el teniente alcalde era Ezequiel Olivera Bernuy.
Corongo en el siglo XIX fue un importante pueblo, que pasó luego a villa y finalmente a ciudad, por el
considerando, que el comercio e industrias de la villa de Corongo, capital de la Provincia de Pallasca, han
tomado un incremento notable.
En la colonia era una población importante con industrias de tejido y telar importantes, bastante
hermanados con Pallasca, en especial con Tauca.
Nuestra herencia cultural Tapca, Recuay, Chavín, Koriyunga, Wari, Llacuas, e Inca, nos llega aún en los
quehaceres diarios, música, danzas, los jueces de agua, pallas, panataguas, danzantes shajshas, etc.,
unidos con la influencia hispana, africana y asiática, que se notan muy sutilmente.
La pregunta final es ¿cómo enfrentaremos el estancamiento de Corongo después de la pandemia
aprovechando los logros culturales de la Provincia?
Lima, 26 de enero de 2021
Gilbert Collazos Garay
Frank Collazos Garay, en la Guitarra (El Olivo verde) dedicado a Corongo
El aroma del pan en proceso de
cocción que escapan de las altas temperaturas almacenadas en el tradicional horno
de barro serrano, alertan en cada tarde los sensibles órganos olfativos de los
moradores vecinos y también de los ocasionales caminantes o pasantes por el
pequeño negocio familiar, que les recuerda la pronta puesta en venta los
apetecibles y calientes panes hechos allí.
Este agradable olor desprendido en la
cocción de las harinas y aguas con esencias aromáticas preparadas y amasadas
con temprana anticipación, es el corolario de los exactos pesados de los
molidos, azucares, mantecas, y huevos de corral, para que
el tradicional producto panificado sea puesto en cada tarde al mostrador de
expendio de la pequeña panadería andina, a la espera de apetitosas y jugosas bocas
que seguramente se apresuraran para ir en busca de ellas, pues es una de las gastronómicas
costumbres que persisten aun en el finalizar de las frías tardes en los pequeños
pueblos andinos. Una tradición provinciana diaria que
se disfruta junto a hirvientes tazas de infusiones nativas como el aromático
arbusto alto andino ancashino del panizara o quizás también de las hojas de cedrón
crecido en el huerto familiar de casa.
La preparación de los exquisitos
panes andinos, consumidos como costumbre gastronómica en cada atardecer diario para
mitigar hambres de media tarde, acompañado siempre una buena tajada de queso serrano,
preparado y venido de Aco o Cusca y juntada en la reunión familiar alrededor de
la mesa, del poblador coronguino, se dio
en el inicio de su elaboración, al comenzar el día, con el amasado de las
harinas e ingredientes que le darán el sabor diferenciado de las preferencias del
negocio familiar en venta.
En el pequeño taller, una tradicional
artesa de madera pulida ya de tanto ser utilizada, interviene como el contenedor
indispensable de los ingredientes de los productos a amasarse de acuerdo a las
cantidades establecidas de los insumos por las posibles probabilidades de venta
del día, para luego pasar la pegajosa mezcla a la mesa grande del taller
panificador a seguir ser trabajados un
poco más, para luego dejarlo reposar y que la levadura haga el primer trabajo
orgánico químico que le corresponde en esa mezcla de la elaboración.
El siguiente paso de la diaria faena
es hacer la elaboración de los bollos, que son pequeñas porciones de masa
trabajadas con bastante habilidad con ambas manos por el maestro panadero y
que serán las iniciales unidades formativas del pan a elaborar.
El ayudante del taller se encargará
de hacer la limpieza de la ruma de las latas rectangulares de los aceites a
granel que se tiene para ser utilizadas untadas de manteca para evitar que se
peguen, en el requerimiento del día e ir colocando y distribuyendo los bollos
allí, donde le darán, el acabado final del producto a expedir en su forma y
estilo acostumbrado a la clientela, para que reposen una vez
colocados en los andamios del taller durante el tiempo que la levadura haga su
segundo trabajo del final levantado de las harinas necesarias, para ser horneados.
Por otra parte, en el tradicional
horno de barro se prepara desde muy temprano también, introduciendo al hogar
una pequeña pira de leños de eucalipto, para dar inicio al festival de fuegos
que se encargaran de elevar las temperaturas del horno y poder cocer así las
latas de panes crudos que se colocaran en su interior, solo después que se
haya barrido y limpiado el piso de ella con una escoba de hierbas santas los
últimos carbones ardientes y cenizas que quedaron de los leños calcinados, que
dieron en su combustión la temperatura necesaria requerida y comprobada con un probado
de la temperatura con las manos extendidas en la puerta del horno por el
maestro panadero, que le indicaran palmariamente que la temperatura ya es la
ideal para el horneado final de las masas preparadas.
Es tiempo de colocar al calor las latas con
las porciones de las masas dormidas del pan desde temprano en el interior caliente
del horno, servicio que se hace ayudado de una la larga pala especial, hecha de
madera y que el maestro panificador maneja con destreza para saber ordenar en él las latas con los panes en masa aún.
Llegada la tarde,
los aromas escapados por los aires fríos de Corongo, se encargarán de llevar los
agradables olores a la vecindad y hasta donde puedan llegar, auto
promocionándose así, en cada día que la faena de elaboración del pan ha
terminado y que pronto saldrán a la venta.
Con la última lata de panes sacados
del tradicional horno de barro coronguino, aun en reposo al final de la
tarde todavía conserva su calor, aunque en menor temperatura pero lo
suficiente para recibir en su interior a un último encargo del día, un comestible vegetal delicioso que tiene que cocer y para el nuevo amanecer ya se habrá convertido sus fibras y líquidos en ricas
mieles densas de inigualables sabores que solo una calabaza o chiclayo horneado
guarda para pocos. Cuantas añoranzas albergamos los que a pesar del tiempo transcurrido, guardamos en lo más íntimo de nuestro ser.
Son estos los recuerdos que guardo de
la panadería "Bethel" de mi madre en Corongo. Aunque también recuerdo los pesados días que
pasaba cuando la leña cortada de un gigantesco árbol de eucalipto llegaba en burros a la casa y eran
amontonadas en el patio de ella y si yo estaba en momentos de castigo por alguna
travesura o queja que había llegado a mi hogar, era el encargado de hacer las
rumas ordenadas de las leñas de eucalipto que yo las veía de a miles enseñándome sus puntiagudas astillas, en el caótico
patio repleto de ellas.
Las tenía que hacer si quería salir de casa al inicio de
la penumbra y poder caer en brazo de mi adolescente amada, para que pueda
mitigar en algo mis ampolladas y sufridas manos de tanto ordenar las leñas.
Este 26 de Enero, nuestra Provincia de Corongo cumple 78 años de creación política. Motivo por el cual el día Lunes 25 de Enero a las 8 PM la estaremos homenajeando como se merece, todo esto se trasmitirá mediante el Facebook de Prensa Ancashina
Prensa Ancashina
Como parte de la celebración por esta importante fecha, estarán presentes en el programa virtual entre otros:
- La Profesora Jesus Roldan Liñan estará en el discurso conmemorativo.
- El Profesor Ever Rodríguez Figueroa nos deleitara con un solo de guitarra.
- Saludos a la Provincia por los Representantes de los 7 Distritos.
- Tema musical a cargo de la Asociación Cultural Centro Musical Corongo.
- El Ing. Jorge Trevejo Mendez disertará sobre el sistema de Jueces de Agua, declarado Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad.
- Desde Corongo, la danza declarada Patrimonio Cultural de la Nacion, por alumnas de la IE San Pedro.
- Danza guerrera de Aco, Danza también declarada Patrimonio Cultural de la Nacíon.